Capítulo 20

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04.07.2028

Jessica Fernández

Un par de horas después de haber hablado con mis hijos tengo organizado todo el viaje con vuelta no definida. Mi ejército está consciente del plan; capturar a Nathan con vida y matar a todo aquel que lo intente impedir. Armados hasta los dientes están esperando al avión en la pista de aterrizaje que hay tras pasar el bosque que pertenece a la casa, mientras tanto aprovecho para ir a las habitaciones de mis hijos y despedirme. Me encuentro ya vestida con la ropa que llevaría; pantalones de camuflaje negros y una camisa apretada negra.

Entro en la habitación de Hector sin hacer ruido y le doy un beso en la frente, su respiración es pausada y tranquila. Observo la lucecita de colores que está en su mesa de noche y sonrío ya que, a pesar de que mi hijo se haga el fuerte con sus hermanos, en el fondo es sensible, cariñoso, amable y decenas de adjetivos más que lo hacen un niño extraordinario.

Salgo de su habitación y voy a la continua a esta, donde se encuentra Matheo, el pequeño de mis hijos.

Mi pequeño rubio se encuentra dormido profundamente, su rostro sereno me lo confirma. Me acerco arrodillándose al lado de su cama y quito uno de los mechones de su pelo de su cara y sonrío. Me acuerdo de la primera vez que lo tuve en mis brazos. Era tan pequeño y adorable. Le doy un beso en la frente y le arropo ya que se había destapado durante las horas que lleva dormido.

Me levanto y salgo de la habitación sin hacer ruido. Cierro un poco la puerta detrás de mí y, cuando levanto la vista, veo a mi padre trajeado en mi trayectoria para irme a despedir de mi hija.

—Voy contigo—dice cuando paso al lado de él y me paro.

—Papá—le digo mirándole a los ojos, los cuales muestran decisión—, estás más cerca de los 50 que de los 45.

—¿Me estás llamando viejo?—se ofende y suspiro.

—Solo digo que, ni siquiera yo estoy en tan buena forma como hace seis o siete años—le explico—, y lo mejor para la MF y para tus nietos es que te quedes aquí manejando las cosas que yo no puedo. Alex no quiere coger la responsabilidad de la MF para estar con los niños el mayor tiempo posible, por eso te necesito aquí manejando los hilos por mí. No se lo confiaría a nadie más.

Mi padre me mira durante unos segundos y después asiente.

—Está bien, pero vuelve sana y salva. No quiero volver a estar días y semanas en Urgencias—sonrío y asiento.

—Está bien.

Mi padre extiende los brazos y yo le recibo de buen agrado. Finalizamos el abrazo y me dirijo a la habitación de mi hija mayor. Desde el exterior puedo ver que la luz de su mesa de noche está encendida y, cuando entro a la habitación, puedo ver que se ha quedado dormida esperándome y que ella sabía que me iría en la madrugada.

Avanzo y me siento en los pies de su cama. Como si ella estuviera alerta, se comienza a despertar frotando sus ojitos.

—Hola mi vida—digo con una sonrisa cuando sus ojos me ven.

—Hola mami—me saluda ella y se estira para que la abrace.

Me acerco a ella y envuelve sus brazos en mi cuerpo y yo los míos en sus hombros y cabeza, donde dejo un beso lleno de sentimientos.

Mi primer bebé, la niña de mis ojos.

—Te quiero billones Fénix—le digo apoyando mi mejilla en su cabeza.

—Y yo mami, aunque te tengas que ir—sonrío.

—Prometo que este va a ser el único viaje largo que hago sin ustedes ¿okey?—me separo y la veo asentir con una pequeña sonrisa tristona.

Acaricio su mejilla.

—Mami se tiene que ir ya—digo—, asique tú tienes que volver a dormir ¿okey?—asiente.

Fénix se acuesta en la cama y yo la arropo con la manta para después darle un beso en la frente mientras acaricio su cabeza con mi mano.

—Te quiero—le digo y apago la luz de su mesa de noche.

—Y yo mamá—dice con la voz un poco adormecida.

Salgo de la habitación guiándome por la ligera luz que hay en el pasillo. Cierro la puerta tras de mí y suspiro intentando aliviar la presión de mi pecho.

Bajo las escaleras hacia la planta baja. Cuando entro en el salón veo a mi padre hablando con Alex, en cuanto estos me notan, dejan de hablar y Catriel se va hacia la entrada de la casa.

—Te vas ya—adivina el castaño y yo asiento.

—Es la hora. Alex yo...—me interrumpe.

—Lo entiendo, tienes que acabar con esto—lamo mis labios y desvío la mirada al suelo—. Jess—dice poniendo un dedo en mi mentón y subiéndome la mirada—, te quiero.

—Te amo—me duele en el alma dejarlos.

—Te amo, mi pequeña psicópata—dice con una sonrisa melancólica que le devuelvo.

Con su pulgar roza mi labio mientras corta la distancia que nos separa. Se inclina hacia mí y nos fundimos en un beso apasionados, de esos que saben a despedida con reencuentro.

Sus labios siguen siendo los mismos que hace más de nueve años atrás, desde que le conocí, desde que me besó por primera vez, desde que me enamoré hasta los huesos de él. Termina el beso pero mantenemos nuestras frentes pegadas, al igual que sus manos permanecen en mi cintura, donde no me había dado cuenta que habían ido.

—Sácalos de aquí y no me digas a dónde los llevas hasta que esto termine ¿okey?—Alex asiente ligeramente—. Te voy a extrañar.

—Y yo.

Nos separamos y me acompaña hasta la puerta agarrando mi mano, donde se encuentra mi padre, quien nos estaba esperando.

Alex levanta mi brazo y deja un beso en el tatuaje de las alas que representa a nuestra hija no nata.

—Ella te protegerá—dice y yo sonrío.

—Señora—aparece Víctor por la puerta—, nos tenemos que ir ya.

—Volveré lo antes posible. Los quiero—digo y salgo de la casa sin mirar atrás.

Me dirijo en un coche a la pista que está detrás del bosque que rodea mi casa, donde se encuentran poco más de cincuenta soldados especializados en diferentes áreas. Cuando bajo del coche todos se encuentran en el interior del avión, un Airbus A400M con capacidad de 116 personas y cuesta apenas 136 millones de euros que viene desde unos grandes almacenes en Alaska donde la familia Fernández guarda todos sus aviones.

Entro por la rampa y los soldados, que ya están sentados en sus respectivos asientos, me hacen el saludo militar mientras me dirijo a la parte más delantera del avión, al lado de los capitanes de los equipos.Vícto me da una radio que es la que voy a utilizar para comunicarme con el piloto del bueno.

—Capitán, podemos despegar—le digo y la rampa comienza a cerrarse y los cuatro motores comienzan a funcionar. 

La reina del Infierno ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora