Chequeé por última vez mi valija antes de salir de mi departamento. Mis amigos me miraron preocupados y suspiré. Hoy iba a volver a Australia a ver a mi mamá, y eso me estaba ahogando. Sentía la necesidad de llorar todo el tiempo y el nudo de mi garganta parecía no tener intenciones de desaparecer. Tomé aire y apreté los dientes. Me di vuelta dándole la espalda a mis amigos y sintiendo como las lágrimas amenazaban con salir. Me toqué los ojos levemente con los dedos impidiendo que las gotitas de agua salieran de ellos. Sentí unos brazos rodear mi cintura.
—Vas a estar bien Chaeng— Susurró Lisa suavemente.
No dije nada, no tenía nada para decir, solo quería llorar y quedarme encerrada en mi habitación lo que me resta de vida. Mi mirada seguía clavada en mi escritorio y me sentía incapaz de hacer algún movimiento. Lisa hizo que me volteara y la mirara.
—¿Sabes que puedes llamarnos cuando sea, cierto?— Dijo dulcemente.
Asentí. Acarició mis mejillas y vi a Jungkook pararse. Los dos me atraparon en un caluroso abrazo y suspiré nuevamente. Pasé mis brazos por sus cinturas y apoyé mi frente en sus hombros.
—Es hora— Susurró Jungkook.
Me separé de ellos y agarré mi mochila. Salimos de mi departamento y nos subimos al auto. Me senté en los asientos de atrás y el auto se puso en marcha. Fui todo el viaje mirando por la ventana sin poder evitar sentirme mal. La nostalgia comenzaba a invadirme. Casi 15 minutos después llegamos al aeropuerto. Tomé mi valija y los chicos me acompañaron. Anunciaron mi vuelo y me despedí de ellos con un abrazo. Aclaré mi garganta y tomé aire. Hice los controles y todo lo necesario y me encaminé para abordar el avión. Sentía mis manos sudar y mis piernas querían ceder, pero me mantuve firme hasta sentarme en el avión. Estaba increíblemente nerviosa. Me fijé en mi celular y abrí los mensajes de Jennie. Sonreí inevitablemente. Me deseó suerte y le agradecí por eso. El avión comenzó a moverse y guardé el celular. La turbulencia hizo que aferrara mis manos a los apoyabrazos y tensara la mandíbula.
Despegamos y me relajé un poco. Miré por la ventana y pude ver como el avión empezaba a subir más y más hasta quedar arriba de las nubes. La vista era increíble. Saqué los auriculares de la mochila y me puse música. Elegí una canción y cerré los ojos. Traté de que el sueño llegara a mí pero me era imposible, mi mente me estaba torturando.
¿Qué pasará cuándo llegue? ¿Cómo reaccionarán? ¿Se pondrán contentos o querrán que me vaya?
Resoplé. Era inútil. Por más que intentara no pensar en eso, siempre lo hacía. Intenté esconderme entre mis manos, realmente quería desaparecer. Me repetí a mi misma que todo iba a salir bien, o eso quería creer. Parecía exagerado, pero ver a mi familia después de casi 2 años sin hacerlo me tenía abrumada. Volví mi vista a la ventana. Mirar el cielo me calmaba. Cerré los ojos. La sonrisa de Jennie volvió a mí, no pude evitar sonreír. El sonido de los tacos de la azafata hizo que abriera los ojos.
—¿Un café?— Preguntó amablemente.
—Si, gracias— Contesté en voz baja.
Dejó la taza de café en frente mío y continuó con su camino. Le di un trago sintiendo el gusto amargo bajar por mi garganta, era satisfactorio. Volví a darle un gran trago tomándome casi todo el líquido de un tirón. Me insulté a misma al darme cuenta de que si tomaba café no iba a dormir un carajo. Terminé la infusión e hice el amague de echar el asiento hacía atrás, pero me acordé que atrás mío había gente, así que no hice nada. Volví a conectar los auriculares y subí la música al máximo. Me ladeé un poco y cerré los ojos, quedándome, sorprendentemente, dormida.
•••
Me bajé del avión sintiendo mi cuerpo entumecido y adolorido por la mala postura que tuve al dormir. Me froté los ojos adormecida. Busqué mi valija e hice los chequeos necesarios. Me fijé en los mensajes. Un mensaje de mi hermana decía que mi papá me esperaría en el aeropuerto para llevarme a casa. Mi corazón se volvió a acelerar. Los nervios volvieron a mí y mis manos comenzaron a sudar otra vez. Caminé buscándolo con la mirada. Y lo vi.
Estaba parado en una esquina mirando a su alrededor. Su mirada se frenó en mí. Y sonrió. Caminé hacia él. Cuando estuve lo suficientemente cerca corrió a mí y me alzó en un abrazo. Eso me sorprendió, no esperaba que me recibiera así. Lo abracé de vuelta con una sonrisa.
—¿Cómo estas mi vida?— Preguntó al bajarme.
—Estoy bien, ¿y tú?
—Bien— Sonrió.
—¿Mamá?— Me atreví a preguntar.
Sonrió débilmente— Está bien, mejor que antes— Contestó— ¿Quieres verla o ir a descansar?
—Quiero verla.
—Entonces vamos.
Agarró mi valija y caminamos al auto. Subió mis cosas en el baúl y nos dirigimos al hospital. En el camino no pude evitar ponerme nostálgica al ver la ciudad donde crecí. Pasamos por el centro comercial al cuál solía ir cuando estaba en la secundaria. Sonreí. Era raro. Condujo durante unos minutos y finalmente llegamos. Bajamos. Me aclaré la garganta y suspiré. Sentí la mano de mi papá apretar mi hombro y elevé los labios en un intento de sonrisa. Comenzamos a caminar a la puerta del hospital y una mala vibra invadió mi cuerpo. Subimos al piso donde estaba mi mamá y entramos a su habitación.
Estaba acostada en la cama mientras miraba la televisión. Su rostro estaba más pálido y delgado que de costumbre. Su mirada se dirigió a mí y sonrió estirando sus brazos invitándome a un abrazo. Me acerqué despacio y me apoyé suavemente sobre su cuerpo. Acarició mi pelo y apoyó su cabeza sobre la mía. Escuché su suspiro y las ganas de llorar invadieron mi garganta. Intenté tranquilizarme para no llorar en frente de ella. Me separé para poder mirarla a los ojos.
—¿Cómo estás?— Pregunté.
— Estoy bien cariño— Sonrió débilmente.
Comenzó a preguntarme sobre la universidad y sobre cómo me estaba yendo en Corea. Intenté concentrarme en la conversación pero sólo podía pensar en su estado. No sabía si podría curarse o estaba condenada a morir. Continuamos hablando hasta que tuvieron que llevársela para hacerle unos estudios. Mi papá me dijo que fuera a descansar pero tenía otras cosas que hacer. Salí del hospital y me dirigí a una cafetería que estaba cerca. Pude divisar a un hombre apoyado en una pared que me miraba fijamente. Tensé los músculos. No iba a mentir, tenía miedo. Me acerqué cada vez más a él y vi que hizo un movimiento. En sólo dos segundos estaba en frente mío y tomaba mi muñeca.
—No me toques imbécil— Dije dándole una buena cachetada que le dio vuelta la cara.
El tipo me soltó y se volvió a mí sorprendido y enojado. Se intentó acercar de vuelta a mí pero lo empujé y comencé a caminar más rápido hasta entrar a la cafetería.