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Haz de cada día una nueva aventura.

—¿A dónde iremos? —intento averiguar.

Sin embargo, nadie me presta atención.

—Cada quien se va como llegó —dice Harold.

—No juegues, Harold —se queja Lilo—. Vine en taxi.

—Bueno, tendrás que ir con nosotros —soluciona.

Veo a todos subir a sus vehículos y termino de subir al de mi hermano.

—¿A dónde vamos? —vuelvo a preguntar.

Me vuelven a ignorar olímpicamente, porque Lilo y Harold están conversando.

—¡JODER, TIO. ¿A DÓNDE VAMOS?! —Grito de mal humor.

—Joder, tía. ¿Por qué me tienes que gritar? —se queja Harold.

—Porque tengo media hora preguntando y me has ignorado.

—Disculpalo, Hanan. Es que está emocionado —interviene Lilo.

—Eso, tía. No hace falta que me grites —se vuelve a quejar.

—Ya cállate y dime para donde vamos —refunfuño.

—¿Quieres que haga silencio o que te diga a dónde vamos? Porque no puedo hacer ambas cosas —suelta una carcajada.

No puedo mirarlo más feo de lo que ya lo estoy mirando.

—Creo que deberías dejar de bromear si quieres mantener intacta tu descendencia —se burla Lilo.

—Bueno, te hago un pequeño resumen. Hace ya varios años teníamos que venir a estas fiestas por obligación tal como lo hacemos hoy —resalta Harold lo obvio—. En ese entonces todavía no estaba en nuestros planes ser hijos rebeldes. De hecho, todavía no éramos amigos del todo, hasta que un día Liam le armó un escándalo a su mamá y ella lo abofeteó.

—¿Delante de todos? —pregunto desconcertada.

Mi hermano asiente.

—Fue una locura, pero Ishiro estaba muy indignado al igual que lo estaba yo. Así comenzó nuestra rebelión —se ríe sin gracia—. Cuando logramos salir del lugar, no teníamos a donde ir. Porque obviamente eran pasadas las once, pero Liam nos llevó a un parque de diversiones.

—¿Un parque de diversiones? —pregunto de nuevo asombrada.

Gracias a dios mi hermano es de esos que pueden hablar y conducir a la vez.

—Si —afirma—. Dice que fue el último lugar donde se sintió feliz, porque sus padres lo llevaron en su décimo cumpleaños. Después de allí decidieron que él ya era lo suficientemente grande para entender que ellos no estarían tanto tiempo en casa por cuestiones de trabajo; así que poco a poco se fueron olvidando de que tenían un hijo, hasta llegar al extremo de solo verlo en estos eventos.

—Qué historia tan triste —respondo consternada por la historia.

—Si la verdad me pregunto si existiera el premio a los peores padres ¿Quién se lo llevaría? —pregunta Lilo.

Todos nos miramos.

—Definitivamente, los nuestros —respondemos los tres al unísono y no podemos aguantar la risa.

—En conclusión, nuestra tradición es ir al Parque de Diversiones Luna Park —avisa mi hermano.

—¡Oh yes! —grita lilo de emocionada.

—Hace un tiempo solo quedamos nosotros cuando ya estaban cerrando el parque —me explica Harold—. Así que nos querían echar, después de tanto escándalo conocimos al dueño del lugar y eso nos dio vía libre para estar todo lo que quisiéramos.

Deja Que OcurraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora