Marco Teórico VI

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Título Alternativo: Análisis semiótico y simbólico de la Crucifixión.

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El olor del aceite quemado era lo mejor.

Antes, la mecánica se había vuelto en su sustento y en el medio para liberarse de todos los terrores que lo perseguían. La forma de mantenerse atado a sus orígenes y todo lo que le pudo pertenecer inocentemente. La forma de demostrar todas sus habilidades y los alcances que estaba teniendo. Podía hacer tantas cosas como desease. Desde pequeño siempre tuvo la fascinación por las maquinarias, los mecanismos, los motores, la energía que los impulsa y toda la ciencia que se escondía detrás de ello. Un nuevo universo donde no podría llorar ni podría morir, la segunda cara que demostraba hacia adentro cuando estaba por ahogarse en la desesperación.

El mundo de la mecánica era increíblemente inmenso y tan vasto como su imaginación se lo ha dejado ver aún a pesar de las circunstancias y los terribles límites a los que se ha visto restringido. Pudo conocer muchas de las maravillas que le permitía el arte de crear lo que sea. La fuerza de la tensión, el calor de las maniobras, el dolor de los casos fallidos. Podía aprender tanto en un solo trozo de metal. Descubrir todo lo que ayudaría a construir las escaleras hacia su libertad. Y eso era lo que lo volvía más afín a su mutación, haber aprendido a usarla en pos de sus pasiones. Saber cuáles son las ventajas que posee sobre la capacidad de controlar los campos electromagnéticos y poder impulsar las ventajas sobre él y sus creaciones hasta volverlo automatizado. Hasta haber dominado todo lo necesario en el amplio campo minado que se presentaba frente a él.

Sin embargo, realmente eran pocas las veces en que abusaba del control que tiene sobre los campos electromagnéticos para poder hacer algo. Sabía de sus ventajas, del poder que le entregaba; pero la gracia de ensuciar y maltratar sus manos en el proceso del arduo trabajo siempre ha sido una costumbre. Algo tan liberador como abrasivo. Algo que de verdad disfrutaba hacer a la antigua. Sentir el metal vibrando, siendo ensamblado y calentado para malearse a la forma que necesita su próxima creación. Las chispas volando en medio de la oscuridad del taller mientras todos los elementos se unen en uno mismo. Eran sensaciones salvajes, calientes, que corrían por todo su sistema en una furiosa turbulencia. Siempre, siempre, siempre. Era la mejor parte de la mecánica, de su maldita profesión.

Después de todo antecedente, del fundamento, de la planeación y pruebas iniciales, irse de lleno a la práctica y la construcción se volvía tan terapéutico como liberador que le hacía olvidarse del mundo exterior. Tirarse de cabeza hasta el fondo que le abraza en medio de las arduas horas y horas de trabajo sin la vergüenza del exterior, como correr o volar lejos hasta encontrarse con ese estado sideral donde nadie lo escucharía. Donde nadie lo encontraría y podría hacer lo que sea con sus dos manos, algo con un poco de metal y todo su intelecto. Sólo eran él y su próxima creación. Horas y horas de trabajo para poder obtener la satisfacción de ver su trabajo funcional.

Los meses planeando y trabajando en el sistema de neurotransmisión para la prótesis de Ethan habían sido ciertamente retadores; pero bastante satisfactorios. Ver los avances que estaba obteniendo y la forma en que cada uno de los circuitos se iban uniendo hasta formar un solo mecanismo funcional, se volvía un show del que nunca se cansaría. Buscar hacer trabajar el sistema había sido de los más grandes retos que ha encontrado, pero de los que más orgulloso estaba de haber logrado. Tener en cuenta las pulsaciones cerebrales en base a los comportamientos reflectivos era una cuestión a tratar con pinzas y delicadeza. Todo se basaba en su propio conocimiento en el cerebro humano a través de las décadas. La forma en que enviaba los mensajes y cómo el cuerpo reaccionaba instantáneamente de manera simultánea era un reto que debía de lograr si quería tener éxito.

Sentimientos y otros Factores de SupervivenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora