| quince |

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MinHo echó una mirada al cielo, las nubes se han juntado como en un gran pelotón gigantesco; casi no se logra ver más allá de ellas. Está seguro que va llover. Puede que por el clima, el mes o como su abuela diría, porque le duele la rodilla. Aunque podría ser por el entrenamiento de ayer; de todas formas sus dotes meteorológicos en base a su cuerpo y a cada dolor que tenga en él, podría afirmarse, de un punto de vista, cierto: si le dolía el codo o la rodilla es que llovería, si tenía migraña es porque habría un cambio de tiempo.

Su abuela no confiaba en las noticias o periódicos; cuando MinHo era pequeño ella se le acercaba y le decía que se llevara una chaqueta ya que haría viento. Durante años creyó que era la artrosis o las ideas de una anciana mayor. Se arrepintió de llamarla así, aunque nunca se lo recriminó. Le detectaron Alzheimer a las sesenta y tres años, MinHo todavía era un niño en el momento que ocurrió. Aún cuando va a visitarla al Centro Para Personas Mayores, cuando se arrima y la toma de la mano, ella sentada en su silla de ruedas, aún en ese ambiente, sabe que al irse no recordará nada de eso.

Los sentimientos habían aparecido tan de repente que se quedó ensimismado con la cabeza en alto, apoyado en el muro y los brazos cruzados sobre el pecho, pensó en el frío que hacía, en el cielo gris y opaco y también pensó en sí mismo. No quería estar ahí. Lo odiaba. Odiaba el baloncesto. De niño era bueno, en el colegio y en el instituto, en los varios torneos que iba; nada era tan glorioso como divertirse por algo que parecía estar hecho.

Sus padres se sentían orgullosos; su padre el que siempre persiguió ese sueño de joven, pero que se le fue quitado. Él decía que la vida no tenía esos planes para su futuro. «Formar una familia. Conocer a tu madre. No... la vida no quiso que estuviera allí». Lee MinHo se interesó en ese deporte tanto que vio la misma pasión en sus ojos, solo entendería del callejón sin salida al que se metió después de coger esa pasión y que su padre la estrujara a más no poder.

Había limites incluso para él. Perdió el interés nada más entrar a la universidad. Eran tan abrumador. Supo que a eso no quería dedicarse. Pero cuando trató de explicárselo, los dos se opusieron. Si lo dejaba, no recibiera nada de ayuda por parte de ellos. Al final cayó en la cuenta de que estaba solo. Era un crío. No se sentía hecho para el mundo. Tenía miedo.

—¿Feliz? —preguntó una voz a su izquierda.

MinHo reaccionó y vio a NaYun viniendo en su dirección con una bufanda en las manos. Por el tono y la expresión de su cara entendió con cuánta ironía cargaba esa pregunta. Le había obligado a coger algo para el cuello porque el día no estaría precisamente soleado.

—Ya me lo agradecerás —dijo, acomodándole la bufanda. La pasó por su cuello y la afianzó en un nudo.

Kim NaYun era una chica de pelo castaño rojizo, era pequeña y menuda y con un aspecto sobre acogedor. Y cuando no estaba con su novio, tendía a estar con MinHo. Solían ser los fines de semana o en cualquier otra ocasión en donde era remplazada por planes aparentemente mejores. Esa tarde, MinHo la había invitado a comer.

—Tus insistencias de abuelo me agotan. —Ella alargó un sonoro suspiro y él sonrió.

—Podrías ser más amable, ¿sabes?

—Qué curioso viniendo de ti —murmuró con la boca oculta tras la bufanda.

Comenzaron a caminar hasta salir del bloque de la residencia de chicas; pocos metros a la derecha se hallaba el de los chicos.

Estaban por cruzar el campus para llegar al coche; aún no tenían claro donde comer, pero una vez en la ciudad improvisarían —algo de sopa caliente, quizá—y de repente, NaYun gira la cabeza y ve desde lo lejos a Chan salir por las puertas de la residencia. Le ve detenerse a la mitad de la entrada y encender un cigarrillo, aunque al fijarse mejor, se da cuenta que en realidad está jugando con el mechero.

𝑩𝒍𝒖𝒆.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora