Saudade [Kiribaku]

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~Narra kirishima~

Mi cuerpo yacía en aquel asfalto frío de piedra, pero no concebía aquel escalofrío que se debe sentir bajo un ambiente tan lúgubre.

La lluvia caía y golpeaba sin piedad mi rostro llevándose consigo el rastro de mis lágrimas. Mientras, el chorro de sangre que bajaba por mi frente formaba un camino hasta perderse por el caño.

Dos hombres acomodaron sus fusiles, de los cuales aún salía un poco de humo, y sin delicadeza alguna levantaron mi cuerpo tirándolo encima de otros en aquel camión.

Cerraron las compuertas y se subieron en el vehículo para encenderlo e irse perdiendo en la oscuridad de la noche.

Ni siquiera intenté leer las placas. Me quedé ahí, entre mis pensamientos, mientras observaba el último desliz de aquel hilo rojo mezclado con el agua y la mugre.

A lo lejos se escuchó una sirena que anunciaba el toque de queda y despertando de mi ensoñación me dirigí a mi hogar. Definitivamente necesitaba un chocolate caliente, aunque ya no sintiera frío en lo absoluto.

El vago y hermoso recuerdo de unos ojos rojizos y cálidos llegó a mi mente e instintivamente me pregunté que podrían estar contemplando ahora.

Tal vez tengan un deje de preocupación en su mirada... Tal vez, sus iris traten de enfocar la calle esperando distinguir una silueta conocida esquivando a los soldados que patrullan en la noche. O, tal vez, ya estén cerrados entre la humedad de sus lágrimas por saber en su interior la realidad.

No paso mucho tiempo para comprobarlo.

Las luces estaban apagadas en ese pequeño cuarto. Una solitaria vela en la mesita de noche permitía a la sombra de sus largas pestañas realizar una estoica danza en su pálido rostro.

Había un brillo delicado en las mejillas por sus lágrimas y su pecho subía con cada respiración plácida del extrañable sueño en el que estaba sumergido.

Quise tocarlo, pero no pude.

No quería despertarlo de su serenidad. Estos necesarios momentos de calma eran poco comparado a lo que ese ser tan magnífico merecía.

Sobrevivir entre el conflicto creado por ideas tan peligrosas no era sencillo. Nunca fuimos capaces de acostumbrarnos al ruido de la violencia y tratábamos de simplemente escondernos en nuestra burbuja de felicidad.

Aquella creada por un amor inocente que surgió de la paz que sentíamos al rozar nuestras manos.

El sentimiento cálido de llegar a casa y ser recibido por unos fuertes brazos que prometen no soltarte nunca.

A pesar de que jamás en mi vida me permití desear nada.

Disfrutar no estaba en mis planes al ver por donde se dirigía el país con las palabras del führer. Apenas sobrevivía después de perder a mis padres en la primera guerra, pero cuando lo conocí a él, poco antes de la segunda, no pude evitar rendirme con su profunda mirada y hebras ceniza.  

Ambos sabíamos el peligro que atravesábamos, pero ninguno quiso separarse del otro.

Logramos esconder la verdad de nuestra relación tras la fachada de médicos alemanes, o al menos eso pensábamos: mientras crean que somos fieles a la raza aria y que todo nuestro apoyo es para la recuperación de nuestras tropas, estará bien.

Estaremos bien.

Vaya error...

Recordaba haberlo tranquilizado la noche anterior con esas palabras. Acariciaba sus rubios cabellos y lo mantenía cálido entre mis brazos antes de caer rendidos, juntos, por última vez. Soñando con un futuro incierto.

Intenté hablar, aunque mi voz no salía. Me sentí estúpido porque era algo razonable después de ver mi cuerpo siendo desechado.

No podía hacer algo más que mirarlo mientras sentía de forma abrupta crecer dentro de mí el deseo de gritar, pero... ¿gritar que?

Si pudiera encontrar mi voz quizá permanecería en silencio. Mi mente quedaría vacía olvidando como articular las palabras para convertirlas en frases.

Probablemente, con un ligero sonido, podría darme cuenta si aun estaba en mí aquella capacidad tan hermosa de los seres en vida. Sin embargo, no lo hice porque, aún entre mi poca comprensión de lo que estaba pasando, sabía que me habían arrebatado algo importante para ambos.

Algo que sólo deseaba volver a tener unos segundos, un pequeño instante, para poder acercarme lentamente a tu oído y susurrar esas dos palabras que me condenaron frente a un fusil.

Dos palabras que bien conoces y que desearía lograras escuchar entre tus sueños.

Aquí. Con el ligero sonido de la lluvia golpeando el asfalto, dentro del hogar que pude compartir contigo y dónde me hiciste el hombre más feliz entre los mortales. Te lo digo: "te amo"

Katsuki...

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"No hay ser humano, por cobarde que sea, que no pueda convertirse en héroe por amor"

Platón

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