Pesadilla

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"No entiendes el lema de la secta Jiang"


Jamás olvidaría ese día.

Las implacables llamas amenazaban con convertir en cenizas todo lo que consideraba su hogar, danzando entre las estructuras de madera y los cuerpos de los que alguna vez fueron sus hermanos de secta, la sangre carmesí deslizándose por el pecho de su padre mientras el rostro de su madre estaba manchado del mismo fluido, sin poder discernir si le pertenecía a ella. El olor metálico se extendía e impregnaba en sus fosas nasales, provocando nauseas junto a una necesidad constante de arremeter contra ellos pero siendo consciente que no podía concretar una venganza ahora.

Los gritos de victoria de los perros Wen seguían resonando en su ser, cortando en su alma como si de una espada envenenada se tratara, impregnando el rencor y odio en cada poro de su piel.

"Buen chico"

Las últimas palabras de su madre, quien lo abrazó con tanto amor que no creía posible.

"Que estés bien"

Su padre palmeando su cabello mientras sin poder reaccionar, los ataba con el látigo violeta que chisporroteaba en la sombría noche.

"Si Gusu Lan tiene a los jades gemelos, entonces la secta Jiang tendrá a los orgullos de Yummeng"

Una promesa de su adolescencia, donde encontró un soporte durante mucho tiempo.

Un juramento que fue cumplido por poco tiempo, una traición que no pudo perdonar, un reencuentro que no pudo afrontar.

El sabor metálico quemando en su garganta ya herida, el metal gélido que rodeó su piel mientras era aceptado como un nuevo amo, el terror al ver la vida de su hermana escapar en sus brazos mientras su calidez se esfumaba y el temblor que sintió en cada una de sus extremidades era algo que lo envolvía cada noche.

Aún trece años después, cuando la verdad había sido descubierta y él se había convertido en un respetable líder de secta; no podía dejar ir ciertos asuntos. El resentimiento al que insanamente se aferró durante tantos años había sido desvanecido, dejando sólo vestigios de lo que sentía.

Sin embargo la coraza que formó desde que era un niño nunca lo dejó ser libre, él nació con el carácter de su madre por lo tanto jamás fue del agrado de su padre por no ser lo que se esperaba de un futuro líder, por no entender el lema. Y ahora, jamás podría escuchar esas palabras por más que lo deseara.

Una capa perlada de humedad se había asentado en su frente, su ceño firmemente fruncido mientras jadeos salían de sus labios. Su piel pálida y sus ojos cerrados con fuerza, se estremecía entre las sábanas. Una vez más, las pesadillas lo visitaban.

El frío recorría su cuerpo, nuevamente era aquel niño que pidió a la Diosa del viento y al Dios del agua cuidar a su familia sólo para después ver el escenario de su hogar siendo envuelto en fuego, arrasando con todo lo que quería. Murmuraba palabras inentendibles, relacionadas a lo que en sus sueños lo afligía.

Veía a su padre mirándolo con decepción a su actual vida, a su hermana con aquel gesto triste que buscaba ocultar cuando escuchaba que sus hermanos habían roto su vínculo. Incluso su mente fue tan certera en mostrarle a Jin Ling yéndose sin mirar atrás, su única familia que le quedaba también dejándolo por su actitud.

— ¡A-Ling!— gritó en la oscuridad de su noche.

Sus manos se aferraban a la manta, abrió sus párpados bruscamente, aún viendo los patrones del sol en su habitación que se sobreponían entre la realidad y sus sueños.

Aquel templo abandonado donde te conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora