La fortuna de encontrarte

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Las copas de los árboles parecían agitarse al son de una suave y melancólica danza, el sol caía e indudablemente la noche traería consigo una sensación de frialdad a causa de los cuerpos de agua cercanos. A comparación de su clima caluroso todo el resto del año, en Yummeng las noches descendian su temperatura en invierno.

El templo había recibido menos creyentes este año, desde aquel incidente donde un sospechoso incendio se desató dentro del lugar, provocando que en una mañana de hace tres años las placas del señor del agua y la señora del viento se encontraran partidas en dos sobre la entrada.

Las personas llamaron eso un mal augurio y lentamente los visitantes eran más escasos al igual que las ofrendas, muchos perdieron la fe al ver que los cultivos empezaban a disminuir al pasar por una sequía y a comparación de otras veces, no fue útil rezar por sus tierras. Era como si los Dioses solamente se hubiesen esfumado.

El santuario ya no poseía aquella sensación de paz que solía tener, ya no había inciensos y ambas estatuas ahora solo parecían un simple decorado. La mesa de adoración antes repleta de ofrendas ahora solo tenía polvo asentandose en ella, ya no había rastro de la esperanza del pueblo de ese lugar.

Sin embargo, dentro del templo cerca de una esquina se encontraba una persona en cuclillas, sus delgadas prendas estaban rasgadas y no lo protegían de las intensas ventiscas que se colaban por la entrada, su cabello antes rizado y sedoso, ahora tenía nudos pareciendo un caos. Incluso el color original de su vestimenta ya no podía discernirse, era un gris opaco.

Su estómago gruñó, no recordaba cuantos días llevaba sin comer, a pesar de haber caminado durante mucho tiempo se había encontrado con este templo algo alejado de la ciudad principal que parecía ser una mala broma del destino, pero ya no tenía fuerzas para seguir caminando y solo pudo refugiarse dentro del que alguna vez fue donde era adorado tan solo algunos años atrás.

— Solo un poco más...—susurró para sí mismo mientras se recargaba sobre la pared de roca—, aún no es suficiente.

Shi QingXuan fue aquel joven lleno de vitalidad que vivió el sueño de ser un Dios, saltando entre la corte celestial mientras se comportaba infantilmente y bebía vino despreocupadamente mientras agitaba su abanico.

Habían pasado muchas cosas desde que se convirtió en Old Feng, viviendo como un mortal y posteriormente un mendigo que únicamente podía aspirar a no ser echado de un lugar cuando su última energía se agotaba y se veía obligado a detenerse.

Ahora, dentro de su templo, se dio cuenta de que jamás había estado en esa localidad, pero sabía de él por las plegarias que llegaban cuando era un Dios... Se abrazó más a sí mismo, ahora aquello parecía un recuerdo muy lejano.

Su mente empezó a divagar en recuerdos más felices mientras su cuerpo resistía por fuerza de voluntad.

— Ming-xio-... no, He Xuan, obtuviste tu venganza, tu destino no puede ser devuelto —una tos interrumpió su voz, pensó que quizá solamente era una enfermedad común, pero parecía empeorar cuando la fiebre aumentaba; siguió hablando al calmarse, sin saber a quién se dirigía, el tan solo hablar no lo hacía sentir tan solo—, pero deseo que ahora vivas plenamente, por favor... no vuelvas a hacer una expresión tan dolorosa nunca más.

Una sonrisa surcó sus labios cuando alzó su rostro, recordó cuando lo obligaba a vestirse de mujer para las misiones con excusas y como siempre le seguía su juego, ahora no sabía si esa dulce ilusión había sido real.

A pesar de ser él quien al final renunció a su divinidad, no podía evitar imaginar en un tal vez.

Su mirada vagó hacia la estatua más alta.

Aquel templo abandonado donde te conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora