Con cada paso que daba, Cian sentía que el edificio chamuscado colapsaría.
«Está en el cuarto piso», pensó. Delante de él faltaban unos siete escalones; Cian saltó el vacío y continuó su ascenso. Más arriba, el descansillo ya no existía; saltó y se sujetó con las manos de los otros escalones. Oyó un crujido y se apresuró a subir, cuando estuvo sobre el peldaño dio un gran salto, y la parte donde había estado cayó. Suspiró aliviado, y volvió la vista arriba; faltaban dos pisos más. Y las escaleras que conducían allá casi no existían. En el segundo piso estaban los restos del taller donde armaban los muñecos, alcanzó a ver herramientas y piezas ennegrecidas.
Cian sacó su reloj de bolsillo y vio la hora. «Media hora para que sea medianoche —pensó—. Debo detenerlo antes, de lo contrario, sus poderes aumentarán..., y será imparable si esto se extiende hasta las tres de la mañana». Miró las paredes, la madera y ladrillos chamuscados no tenían rendijas que le sirvieran como asidero. No podría trepar. En ese momento deseó saber hechizos que le permitieran volar, ¿existían esos hechizos?
Seraphel podría trepar sin problemas y romper los pisos para pasar; si no había asidero, sus garras lo harían. Pero Cian era diferente, era humano.
—Mi única opción es subir por las escaleras —murmuró para sí mismo. Y brincó. Se sujetó con los dedos. «Quisiera ser más alto», pensó. Se subió forzosamente al peldaño. Oyó un crujido seco. Subió caminando en cuatro patas. «Esto es extraño».
Seraphel y Rellef enfrentaban al ejército de muñecas, osos de peluche y soldaditos de madera. El demonio se sentía atado, quería desatar sus fuegos rojos y carbonizar todo, pero si lo hacía Cian también sería quemado. Lo único que podía hacer era resistir los ataques de esos molestos juguetes.
—Navaja Infernal —pronunció Seraphel, con el maletín sostenido por los dientes; y su mano derecha se cubrió con una flama roja. Con ella cortó y a la vez quemó a tres muñecas que saltaron hacia su cuello.
Rellef había sacado su lanza negra y atacaba con aguijonazos rápidos que fulminaban a los juguetes poseídos. Parecía estarse divirtiendo, pese a lo asustado que lucía al principio.
—Oye, demonio —llamó Rellef mientras empalaba dos peluches a la vez—, ¿por qué te contrataron?
Seraphel respondió con un gruñido. No quería hablar de su pasado con un duende que prácticamente era su prisionero.
—¿No me lo dirás? —siguió Rellef—. Bien, solo tenía curiosidad. —Una muñeca dentada saltó hacia él; Seraphel la atrapó en el aire y la estrelló contra la pared. Rellef arrojó la lanza hacia un grupo de cinco soldaditos—. ¡Regreso del Duende! —La lanza volvió a su mano, atravesando a los soldaditos desde atrás.
∽∽∽
Dos pisos arriba de ellos, Cian seguía subiendo. Pero se detuvo de nuevo ante el vacío entre las escaleras. Si caía de esa altura, podía romperse las piernas. Miró el espacio y lo sopesó. Tal vez podría llegar. Pero necesitaba más que solo un tal vez. Palpó la pared en busca de asidero; las grietas en los ladrillos eran gruesas, cabían sus dedos. Pero de nuevo todo volvía a tratarse de una apuesta riesgosa. Se forzó a sonreír y metió los dedos de sus manos en las grietas; se apoyó con los pies y comenzó a trepar. «Gracias a Dios soy ligero», pensó. «De lo contrario, dado el estado de esta pared, podría derribarla».
El hollín le manchaba las manos y la ropa; el sable envainado tintineaba cuando trepaba. Oía a Seraphel y a Rellef luchando contra los juguetes poseídos. En ese momento, Cian pensó que debió dejar que Phel fuera por quienquiera que estuviese controlando los muñecos; pero ya faltaba menos de un metro para llegar al último piso; los agujeros en este eran grandes y la madera estaba podrida y quemada. Cian la rompió con el puño y subió al cuarto piso.
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After Death - Libro I: Demonios del Fuego
FantasíaCian Sky es un joven cazador espiritual que viaja por la Inglaterra victoriana acompañado por Phel, un misterioso espíritu contratado por su padre años atrás. Ambos se embarcarán en un viaje, en el que harán aliados y enemigos, para proteger el mund...