Capítulo 2: Travesuras.

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     —Una dríada —concluyó Cian tras leer los periódicos que hablaban de «la naturaleza atacando a los trabajadores ferroviarios»—. Un espíritu femenino de la naturaleza... Son muy protectoras con los bosques, atacarán a quien sea que intente dañarlos.

Phel no estaba sorprendido.

—Las dríadas no son un problema —replicó mientras hacía danzar una bola de fuego en sus dedos—. Bastará con quemar el bosque.

Se quedaron en una posada de camino a Northampton. Estaban sentados frente a una mesa, con un farol iluminando para que Cian pudiera leer. Había otro farol en una repisa, junto un florero vacío; la posada solo tenía un dormitorio con una cama pequeña. En la sala de estar solo había una mesa con dos sillas y un sillón viejo, en el que Cian había puesto su sable envainado. Pero les serviría para pasar esa noche.

—Vamos, Phel —le dijo Cian—, no seas tan cruel. —Se rió—. Debemos tratar de ayudarla. Las dríadas no son seres malignos... Al contrario, son tímidas y sensibles. Debe estar pasando algo muy serio para que ataquen a los humanos.

—Como sea. —Phel se sacó la levita de color vino y la colocó en la silla. Debajo de la levita tenía la camisa de botones negra, con las mangas recogidas, revelando unas letras hebreas tatuadas en sus antebrazos.

—Lord Sterling es el encargado de la construcción de las vías del tren —dijo Cian—. Se dice que es un hombre ambicioso e indolente. —Soltó unas risitas—. Está dispuesto a arrasar con el bosque, eso no le debió gustar a la dríada.

—Dormiré una poco, si no te molesta. —Phel caminó hasta el sillón y se echó en él.

—Partiremos mañana al amanecer —replicó Cian, volteando a verlo—. Así que más vale que estés despierto. La última vez dormiste tres días.

Phel ya no lo escuchaba. Cian suspiró y volvió sus ojos al periódico. «Normalmente tendría uno o dos trabajos al mes —meditó Cian—. Pero ese espantapájaros poseído llevaba varios meses aterrorizando a los granjeros; ahora una dríada ataca a los trabajadores ferroviarios..., el mundo sobrenatural está agitado».

Su padre se lo había advertido cuando terminó su entrenamiento como cazador espiritual, tres años atrás. No lo había vuelto a ver desde entonces; no lo recordaba tanto como un padre, sino como un maestro severo, una sombra que a la que veía desde abajo. Pero le había enseñado todo lo necesario, tanto para la cotidianidad como para combatir espíritus. Cian no podía decir lo mismo de su madre, no la conocía y su padre no hablaba de ella. ¿Había muerto cuando él nació o cuando era un bebé? ¿Los abandonó? ¿La asesinaron los demonios y por eso se volvieron cazadores espirituales?

Lo único que su padre se atrevió a decirle fue que era una mujer muy hermosa. Sin embargo, cuando su padre se fue a realizar una misión de la que no había regresado, le prometió que hablarían de su madre. Pero eso había sido tres años atrás. Cian ni siquiera sabía si volvería a ver a su padre. «Ya te indiqué el camino —le dijo antes de partir—. Ahora deberás recorrerlo». Dejó a Cian solo con Phel, y se fue a cumplir su misión secreta. Al ser un cazador espiritual, era normal que tuviera demonios como enemigos, y que lo hubieran asesinado no sería extraño.

El farol se apagó. La ventana estaba cerrada, no era posible que entrara viento.

—Phel. —Cian llamó a su compañero. Pero no respondió. «Es inútil», supo; Phel era la persona con el sueño más pesado que conocía.

Se levantó y caminó para buscar el otro farol que permanecía encendido. Alumbró la mesa y las paredes, pero no vio nada. Luego dirigió la luz al suelo, cerca del sillón, pareció que un pequeño ser se escabulló entre las patas de la mesa; había tratado de tomar el sable. «Eso no era una rata», pensó. Caminó hasta el sable, lo recogió y lo puso en su cadera.

After Death - Libro I: Demonios del FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora