Capítulo 11: El Bosque de los Wiccas.

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     Anochecía cuando entraron al bosque. Los árboles secos se cernían sobre ellos, las sombras que proyectaban los engullían. La luna apareció como una sonrisa blanca y burlona en el cielo.

Rellef iba al frente, guiándolos. Antes les advirtió que los wiccas escondían su aldea con hechizos y usaban animales para vigilar el bosque. El duende tenía su verdadera forma, nadie era tan tonto como para meterse al bosque a esas horas. Solo ellos.

—Tengan cuidado —dijo Rellef—. Los wiccas suelen poner trampas para atrapar animales, o intrusos.

—Ah, ¿sí? —Cian miró a un lado; vio una cuerda en la rama de un árbol. «Una de esas trampas», supo. Su único equipamiento era el sable envainado en su cadera y su maletín de cazador.

Vio un delgado alambre en el suelo; por su delgadez, podría haberse hecho pasar por un hilillo de saliva. Lo saltó con facilidad. «Lo que menos necesito ahora es que me aplaste un tronco», pensó Cian. Ya le generaba cierto recelo tener que encontrarse con la wicca que contrató a Rellef y tener que averiguar para qué quería su sable.

Los wiccas tenían una página en el bestiario que le había regalado su padre. Se referían a ellos como un grupo ocultista que solía vivir en los bosques, eran considerados como paganos y tenían gran afinidad para hacer magia y ligarse al mundo sobrenatural. En varias ocasiones colaborado con cazadores espirituales para resolver casos, pero también podían ser enemigos dependiendo de sus objetivos. Cian esperaba que la wicca ama de Rellef fuera amistosa.

Seraphel consiguió esquivar una trampa de tierra que estaba cubierta con hojas secas; seguramente era para atrapar animales pequeños o inmovilizar a los intrusos; no lo comprobó porque no quería alertar a los wiccas; podían ponerse agresivos si alguien caía en sus trampas. En vez de eso, decidieron moverse con cautela de áspid. Si todo salía bien, llegarían a la aldea de los wiccas y se mostrarían amistosos... a menos que los brujos quisieran pelear. «Si quieren pelea, yo se las daré», se dijo Phel mientras sus labios se fruncían en una sonrisa. Aún sostenía la maceta con la única flor sobreviviente, la que mantenía con vida a la dríada capturada.

Los árboles se volvían más frondosos a medida que se adentraban en el bosque, era un lugar ideal para esconder una aldea. A Cian no le sorprendió que la comunidad wicca se escondiera ahí.

—¿Falta mucho? —le preguntó Cian al duende.

—Un poco —respondió Rellef; parecía estarse guiando por el olfato—. ¿Era por aquí o por allá? —se preguntó con un susurro.

—Oigan —llamó Seraphel—, ¿si causo un incendio esos brujos van a venir a apagarlo?

Cian lo miró desaprobación. Seraphel no pudo contener la risa; siguió caminando y esquivando trampas. Las sombras de los árboles los engulleron lentamente. Después de cierto punto, Seraphel tuvo que encender su dedo como una vela para poder ver.

—Nos atacará un oso —dijo Phel mientras movía su dedo para iluminar los alrededores. En ese momento, la punta de su pie rozó una cuerda. Soltó una maldición mientras se echaba para atrás y esquivaba el enorme tronco que descendió colgando de una cuerda con un movimiento pendular.

—Ten cuidado —gritó Rellef—. Si creen que somos una amenaza, nos atacarán.

—Pues es difícil no sentirnos amenazados rodeados de trampas —replicó Cian; frente a su rostro había un delgado hilo; se agachó para pasar por debajo de él—. Son un poco paranoicos, ¿eh?

—Solo un poco. —Rellef saltó un agujero en la tierra que estaba oculto con hojas—. De todas formas, el demonio activó una trampa grande. Seguramente ya advirtieron nuestra presencia.

After Death - Libro I: Demonios del FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora