Capítulo IV: Él y yo

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Hubo un momento en el que sentí que eso no estaba bien, que de alguna manera estaba forzando al menor a besarnos. Me detuve y miré sus ojos, suspiré al ver aquél nítido brillo que contenían, tenía la sospecha de que jamás me cansaría de verlo, era como una buena película.

— Frankie... — murmuré viendo que seguía sin reaccionar, inspeccioné sus rosados labios con deseo, esos que aún seguían cubiertos por una fina capa de mi propia saliva.

Era excitante.

— Dime Gee... — susurró rozando su nariz con la mía en un tímido beso esquimal.

— Va todo bien, ¿verdad? — pregunté sintiendo de alguna manera una bajada de presión en el aire, como si acabara de aterrizar en el planeta hará segundos.

— Sí. — respondió volviendo a unir sus labios a los míos, un hormigueo viajó por cada fibra de mi cuerpo haciéndome estremecer en el beso.
Sonreí al ver que con Frank sucedía prácticamente lo mismo.

— Me gusta besarte... — murmuré aproximándome aún más, obligando su cuerpo a caer sutilmente sobre los cojines del sofá mientras el mío le aprisionaba.

Acaricié su lengua con la mía, la recorrí entera un par de veces, era extraño, pero se sentía bien a la vez. Una involuntaria inyección de libido hizo a mi anatomía entrar en un peligroso estado de éxtasis. Los besos se volvieron más violentos, salvajes, el tiempo corría deprisa y yo quería alcanzarlo a toda costa. Con la derecha deslicé suavemente la única manta que cubría el cuerpo del menor y dejé a mi mente fantasear unos segundos antes de que mis ojos admiraran la belleza de su piel descubierta. Mis dedos recorrieron su pecho, pasaron por sus costillas llegando hasta el punto donde debería de estar la herida, más no había nada.

— No entiendo... — dije acariciando aquella zona, Frank me miraba atónito.

— Se cura solo. — dijo frío, como si esas palabras resolvieran todas las dudas que tenía mi mente.
Intenté hacer un pacto en mi interior, intenté que mi mente creyera la realidad que estábamos viviendo.

La magia existía, como punto uno.

Frank era un gato, como punto dos.

Frank podía curarse de un día para el otro, punto tres.

Besé de nuevo sus labios, bajé por el cuello al tiempo que mi mano bajaba hasta la entrepierna del pelinegro. Miré un momento su rostro algo incómodo.

— No sigas... — susurró acariciando con la palma de su mano mi cabello, finalizando en la mejilla acalorada.
Asentí obediente.

Me incorporé en el sofá y de inmediato tapé el cuerpo de Frank con la manta. Suspiré tallando mis ojos y frotando mi rostro luego, tratando de ordenar mis ideas en la cabeza.

— Lo siento. — fue todo lo que llegué a decir. Frank rió y se acercó abrazándose a mi como un koala.

— Quiero leer. — dijo mirándome ahora, como si lo que estuvo a punto de pasar quedara en el olvido de inmediato.
Yo parpadeé, debo admitir que soy lento para asimilar cosas.
La misma estancia de Frank aquí me parecia algo sacado de alguna parte de Harry Potter.

Frank llegó hasta la estantería de libros y sacó uno con dificultad, me fijé en que cada vez caminaba y hablaba mejor, si que aprende rápido...

El pequeño llegó con un gran libro entre sus manos y lo dejó en mis rodillas.
Reí.

Nietzsche es demasiado difícil para ti, cielo. — sonreí mientras él fruncia el entrecejo. Dejé el libro en su lugar y cogí otro de literatura infantil.

My Kittie Frankie -frerard-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora