Ahí, en un caluroso y árido desierto, estaban en fila siete hombres de pie, con las manos atadas con sogas y la cara cubierta por una bolsa de tela. Del otro lado, había otros siete hombres, uniformados, con rifles en las manos y las bayonetas apuntando al cielo. Su muerte estaba asegurada, y a menos que ocurriese un milagro de origen divino, aquellos hombres no podrían salir de ahí sin una bala en la cabeza. Estaban forzados a mantenerse firmes y con los dos pies alineados, pero temblaban como locos y sudaban como pollos al horno. Unos lloraban; otros susurraban rezos; algunos gritaban en voz baja y sólo uno estaba en silencio.
Se suele decir que momentos antes de morir la gente ve su vida delante de sus ojos, desde su infancia hasta antes de su muerte. Pero este no era el caso, aquel hombre en silencio; o mejor dicho joven, el más pequeño de todos; no veía al pasado.
— ¡Preparen! — gritó una voz grave desde lo alto.
El joven se sobresaltó al oír los rifles en movimiento.
Él no veía al pasado.
Las agitaciones en los desdichados aumentaron gravemente. Sus rodillas chocaban y balbuceaban inentendibles súplicas, que eran ignoradas por los armados.
— ¡Apunten! — dijo la voz.
El joven dejó salir una bocanada de aire, su respiración era rápida y arrítmica. Él no pensaba en el pasado.
Ninguno de los hombres sentenciados era capaz de ver más allá de las bolsas en sus caras, y sin embargo, sentían las afiladas puntas de las bayonetas y las bocas de los rifles apuntando a sus cabezas. Los uniformados, en su mayoría con expresión seria en el rostro, tomaban el rifle con firmeza; y otros con expresión de angustia, tomaban el rifle con temor.
El joven dejó salir una bocanada de aire, su respiración era rápida y arritmica. Él no pensaba en el pasado.
Él pensaba en el futuro, aquel que le habían arrebatado. Aquel que sería incapaz de vivir por ser obligado a luchar por una causa que no defendía.Imaginó lo que haría para vivir, lo que haría para sentirse vivo. Imaginó las posibles dificultades que tendría y cómo las superaría, los personajes secundarios y antagonistas. Imaginó los buenos momentos, los malos, los regulares, las risas descontroladas y los silencios incómodos. Imaginó besos, abrazos, despedidas, veladas, mañanas y atardeceres. Imaginó manos y pies pequeños, el peso de la responsabilidad sobre sus hombros y el orgullo del camino recorrido. Imaginó el hambre, el sueño y el cansancio, las cenas, los desayunos y las siestas. Imaginó su muerte, rodeado por sus amados, imaginó como cerraba los ojos y lentamente se desvanecía. Un tiempo y un mundo existente solo por unos pocos segundos, cruzando con la rapidez de un rayo.
Una lágrima brotó de sus ojos. Había vuelto al presente. Rodeado de gente que no conocía.
— ¡Fuego! — y los gatillos fueron apretados.