La noche era fría y silenciosa. La luz de los astros atravesaba tímidamente por en medio de las persianas y alcanzaste a dar un alargado y melancólico suspiro estando arropado entre tus cobijas en la comodidad de tu cama. Tus ojos se empezaban a cerrar con delicadeza, mientras contemplabas el inmutable techo que te salvaguardaba de los peligros del exterior. Te acomodaste un poco, dispuesto a dormir, no sin antes recordar que había algo que ya estabas olvidando. Se fue.