Íbamos caminando por la vereda de un parque, tomados de la mano. El sol resplandecía, justo como lo hacía todos los días del verano. Cruzamos a través de los árboles y nos sentamos en medio del pasto para descansar las piernas. Las altas ramas nos cubrían de los ya dañinos rayos del astro rey.
— ¿Me quieres? — le pregunté.
Ella me miró con una dulce sonrisa.
— Sí, te quiero mucho — respondió.
Alcancé a sentir en mi cuerpo una cálida sensación que me brindaba una absoluta tranquilidad.
— ¿Por qué? — volví a cuestionarla.
Ahora ella se quedó pensativa y tras una corta búsqueda de palabras dijo:
— Pues porque te quiero.