Estabas en la reunión de amigos que usualmente realizaban tus camaradas y tú una vez por semana por las tardes. Jugando videojuegos, luego a las cartas y charlar un poco mientras bebían.Desde la mañana tenías un malestar dentro tuyo, querías sacarlo de ti.
Sostenías las cartas en la mano derecha y te llevabas el vaso a la boca para dar un sorbo y luego una carcajada. Todos comentaban anécdotas graciosas sobre las vacaciones pasadas. Los cuatro de tus amigos sonreían y reían. La reunión se llevaba a cabo en la casa de uno de ellos. Bien amueblada, iluminación perfecta, con comida y bebidas siempre en la despensa y el refrigerador. Una pantalla grande y una consola de videojuegos de última generación. En el sótano incluso había una mesa de billar. Oías con falsa atención la historia de como a tu amigo le fue robada la maleta. Sonríes y miras a los ojos a todos. Muestras cada uno de tus dientes. Debajo de la mesa se escondía tu pierna que temblaba a gran velocidad.
Era tu turno de sacar una tarjeta y extendiste la mano zurda que vibraba levemente. Uno de los presentes se percató. Te preguntó por tu estado físico e indirectamente por el emocional. Tú respondiste con una risita y un "no me pasa nada" que se alargó en la última palabra como un silbido. "¿En serio?", te reprochó con tono burlesco. No parecías del todo bien, se te notaba. "Sí, no te preocupes" añadiste mientras desviabas la vista hacía una maceta. Ya satisfecho con la respuesta, tu interrogador se volvió a las anécdotas y tomó una carta. Empezabas a sudar hielo. Miraste la hora en el reloj. Tus amigos hablaban entre ellos sin prestarte la más mínima atención.
Te paraste de tu asiento: "Iré al baño, vuelvo" y te llevaste tus cartas contigo. Recorriste el pasillo hasta el fondo, a tu derecha abriste una puerta y la cerraste a tus espaldas. Ahí se encontraba el baño, majestuoso, con piezas de un color finamente blanco y curvas profesionalmente delineadas, luces que iluminaban solemnemente la habitación y un gran espejo donde podías ver tu desdicha. Te sentías como un invasor dentro de un palacio. Un huraño que penetra dentro de un templo sagrado.
Diste un vistazo a la puerta y colocaste el seguro, luego te giraste al retrete. Bajo, fino y con asiento de piel ultra sensible. Dudaste por un segundo el profanar aquella estatuilla con tus indeseables desechos. Te llevaste una mano a la frente y conseguiste un poco de sudor.
Caminaste lento al retrete, estabas seguro, debías de deshacerte de ese malestar que tanto te aquejaba. Te bajaste los pantalones y la ropa interior. Te sentaste lentamente en aquel asiento. Pudiste sentir la gloria al hacerlo. Estabas dispuesto a liberar tu furia ahí dentro. Revolviste tus tripas, endureciste los dientes y tomaste fuerzas para sacarlo todo. Oíste el agua salpicar debajo tuyo, pero eso no había acabado allí. Una vena se marcó en tu cráneo, tus ojos estaban próximos a salirse de sus cuencas. El agua salpicó, una y otra vez, no dejó de sonar. Estaba siendo atacada por tus constantes esfuerzos de vaciarte en ese lugar. Tú también sufrías. Pronto sentiste que todo había por fin salido. Tomaste un papel y limpiaste tu medio de expulsión.Te levantaste los pantalones y lo demás. Miraste al retrete, el mágico retrete. En él no se hallaba nada, ni una mancha. Ninguna pista para asegurar que allí estuviste en ese momento. Nada.
Esfuerzo inútil.