El otro

38 4 0
                                    

Entró a tientas a su cuarto y encendió la luz, pero luego la prefirió apagada. Desde la ventana, en el vidrio, se aglomeraban las gotas de la lluvia, cada tanto la luz de un rayo invadía las cuatro paredes y un trueno retumbaba segundos después. Uno, dos, tres... y otro más. Se tambaleó con las manos en la cara y éstas se humedecían con las lágrimas. Tocó con su espalda la pared y se dejó caer. Otro trueno.

El ritmo del agua movía la obscuridad. Agua en la ventana, agua en sus ojos. Escuchó su corazón entre tanto ruido. Fue tu culpa, tú lo causaste, todo fue tu culpa, no mereces nada, no mereces tu vida. Y él escuchaba en silencio, un silencio que se transformó en una vibración zumbante que retorcía su supuesto refugio rectangular. Un rayo, uno dos, tres, un trueno.

Se levantó y sacó aire de sus pulmones para tomar vuelo. Salió por la puerta y la azotó con fuerza. Cruzó el pasillo. Su cara se iluminaba y se obscurecía. Las lágrimas seguían ahí, pero las ignoraba. Se lanzó al exterior en la salvaje noche. Volvió a emerger luz en el cielo, luego un estruendo. Las gotas cayeron como clavos sobre su cabeza. Respiró hondamente y dió un paso, luego otro y otro y otro. No sabía a dónde se dirigía pero había aumentado su velocidad. La camisa se le pegó y el cabello le cayó por encima de sus ojos. Siguió corriendo, adentrándose a una obscuridad abismal. Tomó más impetú. Sus músculos reaccionaron. Se perdió de los faroles y de toda luz. Solo quedaron los relámpagos y cada tres segundos, sus consecuentes reverberaciones.

Se encontró a sí mismo en un campo, lleno de pasto. Una sombra negra rodeaba su alrededor y nada era visible, tan solo el llano. Se giró para poder reencontrar el camino por el que había llegado, pero a sus trescientos sesenta grados no hallaba nada que lo regresara. Se echó sobre sus rodillas y sollozó en medio del agua que lo recubría. Su corazón rogaba. Quiero cambiar, quiero dejar de ser, quiero volver a intentar, quiero hacerlo todo de nuevo, no quiero ser yo, quiero ser otro, quiero ser alguien más, quiero volver, sí, quiero volver, otra vez desde el principio, quiero morir, quiero que lo que soy no sea más, quiero deconstruirme, quiero morir. Fue abrazado una vez más por un zumbido y todo tembló en una vibración sangrienta. Alzó la voz y su alma se escapó por su boca en forma de un grito desgarrador. Un haz de luz se formó desde el cielo y bajó violentamente hasta su ojo, destrozando su cabeza. Tres segundos después, un trueno. El verde pasto se tiñó de rojo y su cuerpo no volvió a moverse más.

En otro punto perdido de una gigante roca, en un hospital, una nueva vida acababa de empezar. El pequeño cuerpo fue tendido al lado de su madre. Esta criatura no hacía ruido, pero silenciosamente una gota hacía surcos por sus mejillas, y su rostro, relativamente reciente, revelaba la angustia de un instante de dolor que jamás será conocido por el mundo. Pero ya no era él, era otro.

La Mosca y Otros CuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora