Rostro

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Olvidé cómo era mi rostro. No lo había visto en mucho tiempo, ni en un espejo o reflejo. Olvidé cómo me veía. Mi boca, mi nariz, mis ojos. Mi apariencia y naturaleza, la escencia de mí mismo.

Sin embargo podía ver a otros. Veía los rostros de ellos, sus facciones, sus coloridos ojos. Me imaginaba que tal vez mi rostro era similar al de ellos.

Y vivía rodeado de personas. Cada que hablaba o convivía con alguien, analizaba su rostro y una imagen aparecía en mi mente. Podía apreciar que yo lucía como mi interlocutor. Mi rostro cambiaba contínuamente, dependiendo de quien tuviera enfrente mi figura se veía alterada. Me sentía conectado con quiénes estaba. Era la comparación la que nos conectaba.

Pero luego, tuve un tiempo de confinación. Pronto me resultó difícil verme en los demás. Me sentía aislado.

Fue cuando me quedé completamente solo cuando mi cara empezó a doler. La tocaba con ambas manos, pero no podía sentir su textura, era como tocar una superficie plana. Traté de darle forma, pero no recordaba un rostro en concreto. Había visto demasiados durante toda mi vida, no podía diferenciar uno de otro, tenía memorias mezcladas de cada uno.

Y tomé mi cara. Empecé a moldearla a base de todas las que había observado. Cuando terminé me ví al espejo. Y ahí estaba yo. Una fusión de todos, pero no era ellos. Ése era yo.

La Mosca y Otros CuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora