Aprovechando su tiempo de ocio, decidió sentarse a la sombra de una palma que bajo sus grandes hojas nutría jugosos y pesados cocos.
Era un joven prodigioso, inteligente, noble, y con una inmensa curiosidad que alimentaba diariamente con ayuda de su conocimiento científico. Ahí sentado comenzó a cuestionarse la realidad como ya era costumbre suya, pensando siempre en el por qué de las cosas.
Atrapado en sus pensamientos, no alcanzo a percatarse que encima de él, un gran coco empezaba a desprenderse de la palma. Hubo un crujido y rápidamente miró para arriba, solo para notar al enorme bólido cayendo a gran velocidad sobre su cabeza.
Isaac apenas tuvo una fracción de segundo para cuestionarse la naturaleza de tal fenómeno, no alcanzando a comprender por qué todo siempre termina por caer al suelo. Su cráneo fue aplastado y agritetado en treinta y dos pedazos distintos, quedando herido de gravedad.