El primer rayo de sol entró a través de las persianas maltratadas de su ventana y lo hizo abrir sus ojos. Con la luz pegándole en la retina buscó refugio debajo de sus sábanas; cuando al fin se sintió a salvo, se retorció un poco entre sus cobijas. Incluso en ese momento sabía que ese día sería para recordar, una extraña sensación dentro de él así se lo dictaba. A él le parecía inexplicable, pero era una clase de premonición, más como una fe que como una certeza. Como el destello de una chispa en lo profundo de un pozo, tenue pero existente. Despegó sus sábanas y cobijas de su cuerpo y se sentó en su cama.
Sentía como su corazón se aceleraba y puso su mano derecha sobre su pecho. Abrió los ojos como platos, viendo a la nada, tratando de comprender la situación. Pero algo dentro de él lo ruborizaba, algo que ni siquiera él podría describir, pero era cercano al miedo y al mismo tiempo no muy lejano del entusiasmo.
"Este será un día para recordar", se dijo a sí mismo con cierta desconfianza.
Fue a su baño y se limpió la cara solamente con agua, y mirándose al espejo se puso de acuerdo consigo mismo en no pensar más en ello. Miró la hora en su reloj, se arregló, tomó su maletín y salió rumbo a su trabajo.
Caminó varias manzanas con destino a la estación subterránea más cercana. La calle estaba repleta de sacos, trajes obscuros, sombreros, guantes, botines y bufandas revoloteando en la acera de concreto, algo normal a esa hora en las grandes ciudades como esa. Y debido al tiempo, todos iban arropados del cuello para abajo. Arriba todo era gris, el Sol había sido cubierto por nubes llorosas y los edificios se elevaban hasta alturas increíbles.
Casi llegaba a su destino cuando chocó estrepitosamente contra un hombre de la tercera edad que caminaba en dirección contraria a él, mandando al anciano directamente al suelo. No tardó mucho para disponerse a ayudar al viejo, levantándolo y dándole su bastón de madera en la mano.
En ese momento otra sensación extraña llegó a él. Sentía que ese momento de su vida era uno que ya había vivido.
Coloquialmente se le conoce como Déjà Vu, una palabra que proviene del francés que se usa para nombrar al sentimiento que él sentía en ese instante. Para hacerlo claro: creyó que en el pasado ya había chocado con un anciano de bastón, en esa calle, a esa hora y en esa misma época del año, pero sin ser totalmente consciente de en qué momento sucedió o si acaso sucedió en realidad. Aunque todo concordaba. Los Déjà Vu son comunes, al menos nos ha ocurrido una vez a todos en mayor o menor medida que a otros, y llegan a nosotros de una forma tan rápida que nos causa una confusión momentánea y hace que dudemos de nuestra realidad. Eso mismo le pasó a él, y después de levantar a aquel hombre ni siquiera se disculpó; se detuvo unos segundos para reflexionar aquel sentimiento, pero vio su reloj nuevamente y prosiguió su camino, ahora a paso acelerado.
Bajó la escalera hacia la estación subterránea y descubrió que la puerta del metro ya se estaba cerrando delante de su mirada. Pagó el pasaje y corrió lo más rápido que pudo. Pareció obra de un dios que conspiraba a su favor, pues afortunadamente pudo entrar, aunque algo apretado, al metro. Exhaló el aire que contenía en su pecho y se convenció de que todo iba bien. Sin embargo... Una expresión de extrañeza se formó en su cara. Una vez más un Déjà Vu había llegado a él como un rayo. ¿Acaso ya le había ocurrido algo similar en el pasado?
Llegó algo tarde a su trabajo, en un largo edificio grisáceo. Eso era normal para él, pues vivía lejos de la estructura. Casi siempre llegaba a esa hora. Entró al elevador para subir a su piso y en una esquina esperó a que se cerraran las puertas, pero otras siete personas entraron al elevador y lo apretaron contra las paredes del mismo. El elevador olía a sudor como siempre, cosa que le molestaba, y si tenía ganas de rascarse, no podía sin pegarle a alguien con el codo. Dos hombres que estaban al lado de él hablaban sobre un juego de béisbol que él no había visto. Hablaban a gritos, como si no estuvieran conscientes de que los demás tenían oídos. Eso le recordó a algo. Déjà Vu... Otra vez.
Bajó algo irritado del elevador, poniendo un pie en su piso. Caminó hacia su cabina y colocó su maletín sobre el escritorio, recorrió la silla y se sentó, mirándose fijamente en el monitor de su computadora. Su rostro se veía agotado, y para ya no verlo presionó el botón de encendido, pero éste no respondió. Apretó de nuevo, ahora con más fuerza, pero el resultado fue el mismo. Lo hizo una y otra vez, pero nada. Aquella computadora se negaba a encender. Exhaló con furia y se resbaló en su asiento.
Déjà Vu. Nuevamente. En el silencio relativo de su oficina. Pensó...
¿Qué es lo que estaba ocurriendo? ¿Por qué le parecía que todo lo que había transcurrido aquel día era de una experiencia pasada? Y después de varios minutos de reflexión llegó a la conclusión definitiva.
¡Eso era! Oh, ¡Era tan obvio!
¡He viajado al pasado! No sabía cómo o porqué, pero así era. Por esa razón todo se veía como una repetición de otro día. Él durmió en el presente y despertó en ese momento de su vida.
El destino lo había escogido a él y sólo a él, y seguramente era el único que estaba consciente de ese cambio en la línea del tiempo. Eso lo ponía en ventaja frente a los demás. Ahora él podría tomar mejores decisiones en el pasado que hoy era presente y así en el futuro que ayer era presente no tendría que vivir tortuosamente como lo había hecho por culpa de sus acciones. Incluso podría ganar ese premio de lotería en el que había participado. Todavía recordaba los números ganadores y sólo era cosa de participar.Él pensó: "¡Adiós a aquellas deudas que había adquirido por culpa de esa apuesta que hice! ¡Adiós a este trabajo de oficina en donde no pagan por horas extras! ¡Adiós a esa ruptura amorosa que tuve con mi novia! ¡Es tiempo de rehacer todo desde cero!" Y una sonrisa se iluminó en su rostro. ¡El futuro se veía más prometedor que nunca ahora que sabía cómo impedir todos sus problemas!
Su computadora se había encendido y él trabajó con más dedicación de la normal. Ahora su único plan era: trabajar, ahorrar un poco para vivir unos meses, ganar la lotería y con el dinero llevar a su amada a la playa más lejana, dejando todo atrás y olvidándose del mundo en sus besos. Evitaría hacer aquella apuesta. Visitaría más seguido a su madre. Dedicaría su tiempo para aprender a tocar un instrumento. Ayudaría más al prójimo. Escribiría esa novela de detectives con la que tanto fantaseaba. Sería mejor persona. ¡Haría todo aquello que no hizo de una vez por todas! Debía de hacerlo. Estaba obligado a hacerlo ¡No podía dejar pasar esa oportunidad que Dios le había dado!
Y así, el tiempo voló en sus pensamientos, y antes de que se diera cuenta, ya era hora de regresar a casa.
Despreocupado por todo, regresó, imaginando todo lo que haría y todas las posibilidades de éxito que tenía.Regresó por el mismo camino de siempre. A pesar de ser de noche, todo se veía más iluminado que de día, y él, caminaba con aires de emperador romano, con una expresión de éxtasis y los ojos radiantes de emoción, mientras canturreaba una canción de su infancia a pulmón suelto.
Llegó a su casa, abrió la puerta de una patada, se deshizo de su saco y su corbata, se echó en su cama y miró su techo fijamente. Procuró dejar de fantasear y el sueño ganó en su lucha por mantenerse consciente. Durmió como un bebé.
La mañana siguiente despertó y se fue a trabajar, el día siguiente de ese también y el siguiente del siguiente y así por un año entero. Justo como lo llevaba haciendo desde hace tres años consecutivos.
Cada día idéntico al anterior.