— Acompáñame a mi cuarto por mi cargador — me dijo casi al oído, y a los pocos segundos ya estaba parado enfrente de mí, esperando a que yo me levantara del sillón también. Lo miré desde abajo mientras él me miraba a mí con una expresión risueña, si es que acaso pude interpretarla correctamente, pues la sangre ya se me empezaba a acumular en la cabeza y temía que la piel de mi rostro se hubiese tornado rojiza.Sus ojos cambiaron de dirección y sin decir nada, empezó a alejarse lentamente. Yo, confundida, no tuve tiempo para pensar lo suficiente y sin darme cuenta ya estaba siguiéndolo por el pasillo, con él guiando el camino. Miré de reojo hacia atrás, revisando a los demás. Estaban en la sala y la cocina, perdidos en sus propios asuntos y sumergidos en la música a su máximo volumen.
Él abrió la puerta de su recámara y entró. Yo me escurrí dentro como el agua que se desliza por un pequeño orificio de un vaso roto. Sin encender la luz ni hacer cualquier otra cosa, se sentó en su cama al tiempo en que yo me quedé de pie, indecisa. Analizando las cuatro paredes en las que me había metido, me encontré con pósters de bandas de rock, figuras de acción de superhéroes, sobre un escritorio, un teclado y una laptop, un sillón con un montón de ropa encima y la ventana que daba al exterior, por dónde entraba la luz de un farol.
Cuando regresé la vista sobre él, lo ví buscando algo dentro de su buró, y yo, sentía que mis piernas temblaban terriblemente, decidiendo así sentarme lo antes posible sobre la cama, quedando a pocos centímetros de su hombro. Él giró su cabeza y en la mano tenía algo que por la obscuridad no podía ver bien y en esos pocos segundos de incertidumbre, mil historias giraron alrededor de mi cabeza sin frenos. Mordí mis labios.
— Mira, tengo este Charmander, es de una cajita feliz, brilla si le pico aquí.
Y así fue. Tenía una pequeña figura de plastico de una lagartija con cola de fuego entre los dedos, fuego que brilló de color naranja al actuar de un botón en su espalda y cuya luz se reflejó en los ojos de ambos como un pequeño círculo. Yo contuve una mirada perpleja, mirándolo; él conservaba una extraña inocencia entre las pupilas que por un segundo me causó una extraña repulsión.
Luego estiró el brazo detrás del buró y obtuvo el objeto por el cual habíamos emprendido tal viaje. Salimos del cuarto después de dos minutos de haber entrado y con el cargador en manos.