17- Domingo, 16 de julio 1939

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Aquella madrugada nefasta a todos les pareció una completa eternidad y una vez que amaneció, solo en ese momento fueron capaces de dimensionar la magnitud de la catástrofe acontecida durante el amparo de la oscuridad en medio de la noche.

La llegada de la luz del día, pudo evidenciar también los estragos producidos por el gran movimiento telúrico que había tomado por sorpresa a todos los habitantes de la ciudad, sin hacer distinción por edad, ni mucho menos por estatus social. Absolutamente todos se vieron afectados por igual y el caos en ese momento entre los habitantes era latente.

Ninguno de ellos había vivido alguna situación de ese tipo y muchos se mostraron por completo consternados ante el nivel de destrucción, como si fueran parte de una escena ficticia difícil de comprender.

Con el transcurrir de las horas, la situación empeoraba y la policía no daba abasto ante los innumerables llamados de auxilio, donde era imprescindible mantener el orden público para evitar otro tipo de tragedia.

El hospital de la ciudad una vez más se vio sobrepasado en malheridos que fueron llegando buscando refugio y atención médica, donde fue necesario iniciar un plan de acción inmediato, dado a que muy pocos lugares seguían siendo seguros.

Incluso el mismo hospital había sucumbido a las consecuencias del terremoto y en ese mismo momento era necesario reubicar a los heridos, clasificarlos según la gravedad que presentaran para posteriormente hacer un conteo de los fallecidos, así como también un registro de los desaparecidos.

Los cadáveres encontrados entre los escombros, comenzaron a acumularse por doquier en las mismas calles ante la falta de sitios adecuados para aquello y esa situación también significaba un peligro mayor ante una posible emergencia sanitaria al colapsar todos los servicios básicos.

Desde la oficina de telegramas o lo que quedaba de ella, los trabajadores que habían logrado sobrevivir estaban haciendo lo posible por tomar contacto con alguna otra ciudad para esclarecer los hechos, pero luego de muchos intentos, se llegó a la conclusión de que no sería posible ya que existía la posibilidad de que en otras ciudades la situación no fuera mejor que en la misma montaña.

Estaban por completo incomunicados con el exterior y algunos de los ingenieros de Zeke Jaeger, informaron que tomaría meses la reconstrucción de la ciudad así como la estación de trenes que estaba por completo destruida.

Lo mismo ocurría con la vía del tren, que no era del todo segura, ni tampoco sabían con certeza si en el trayecto se encontrarían con la ruta habitual por completo colapsada.

El panorama no podía ser más desalentador en muchos sentidos y el sentimiento de desesperanza creció de una manera abismal junto con la llegada de más malheridos que clamaban con desesperación por sus familiares y amigos desaparecidos. En ese mismo instante no contaban con los servicios recurrentes de energía eléctrica, agua, ni mucho menos se pensaba en la posibilidad de comer algo.

Hanji y Levi se habían unido junto a los más jóvenes para ayudar en lo que sea, ya sea en el proceso de rescate de quienes aún estaban desaparecidos bajo los escombros o en labores de enfermería. Sin embargo, no pudieron quitar la vista el uno del otro por ningún motivo ante el temor a la idea de separarse.

Si bien Hanji rara vez había experimentado aquella sensación de debilidad, temió admitir para sí misma que ese terremoto le hizo sentir como si realmente fuera el último instante de su vida donde todo a su alrededor se venía abajo y solo la contención junto con la profunda necesidad de Levi de estar con ella lograron protegerla.

Desde entonces, hasta las siguientes horas posteriores al terremoto, de vez en cuando la tierra volvía a moverse ante una nueva réplica y esa ansiedad de no saber cuándo se pondría peor o cuándo se detendría, les acompañó a cada instante.

Cartas para Hans (Levihan/Historia completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora