2- 24 de diciembre, 1938

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El sol estaba en lo alto para cuando el ferrocarril avanzaba rápidamente dejando una larga estela del humo y vapor de la chimenea.

Hanji disfrutaba realmente de los viajes largos pese a la incomodidad que suponía llevar un par de días sin tocar tierra firme, aunque ostentara la posibilidad de viajar en primera clase, con ciertos beneficios que el resto no tenía.

Metros más a la distancia, Hanji pudo oír algunos murmullos refiriéndose a ella sin siquiera disimular, lo que a esas alturas de su vida ni siquiera le ofendía.

Sin embargo, Hanji no pudo dejar de esbozar una sonrisa traviesa nada más que para sí misma. A su parecer, toda la gente se esforzaba demasiado en guardar las apariencias.

Toda esa gente podía irse a la mismísima mierda y entonces encendió un cigarrillo para horror de ellos, solo por diversión.

Para algunos ya era escandaloso que una mujer joven vistiera de aquella forma tan llamativa, por lo que añadir que esta fumara en público, era algo realmente desvergonzado.

Su cabello iba más corto que el promedio en una mujer de la época, había un día decidido cortarlo, porque no soportaba más esos cabellos medios rizados que solo eran un estorbo para ella.

Le gustaban los cambios a Hanji.

Para ser tan joven, había viajado más que cualquier otro veterano viajero. Su naturaleza aventurera y decidida, le había hecho tomar las maletas a temprana edad y conocer el mundo por su cuenta.

Su rostro era realmente hermoso, su mirada era traviesa y cubierta de largas pestañas rizadas junto con unos carnosos labios color cereza que engatusaban a cualquiera con solo proponérselo.

Hasta ese momento, todo había sido una genuina diversión para Hanji.

El tren lentamente comenzó a disminuir su velocidad, lo que indicó a sus pasajeros que estaba por llegar a la estación. Hanji terminó de fumar su cigarrillo y observó por la ventana de manera curiosa, como era ella.





***




Mientras tanto, en algún lugar del yacimiento subterráneo; la oscuridad, el calor y la humedad se confundían con el sudor propio del esfuerzo.

Había una necesidad entre todos esos hombres en terminar pronto con el trabajo, para regresar a casa con sus familias y lograr pasar navidad juntos.

—Mocoso, ¿ya has pensado en qué regalarle a tu madre? —. Preguntó Kenny.

Levi lo observó de soslayo, pero no respondió ante la insistente pregunta. Él ya había resuelto aquello hace semanas. No es como que le emocionara realmente las festividades, pero si esa resultaba una excusa para pasar tiempo en casa con su madre, estaba dispuesto a cooperar para pasar buenos momentos en familia.

—¿Qué hay de ti? —. Respondió finalmente Levi.

Fue inevitable para él no rodar los ojos con cansancio luego de oír a Kenny contando la hazaña de haber logrado traer una botella de licor de contrabando y que ese era el regalo para su hermana.

Cartas para Hans (Levihan/Historia completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora