Capítulo 1

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Camino por las calurosas calles de Dubai con mis lentes Ray Ban puestos y una gorra para protegerme del sol, se siente como la mierda estar en este clima tan desesperante, siempre he sido más de esos climas frios donde puedes salir a dar una caminata o hacer un poco de ejercicios al aire libre sin que te de una puta insolación.

Mientras aprecio el panorama de la ciudad se aprecia lo típico que todo el mundo espera de este lugar, extranjeros exhibicionistas que se dedican a llenar sus redes sociales de fotos de la ciudad y ostentosos multimillonarios en sus carros de lujos que viven compitiendo por ver quien tiene más dinero —ilusos— tontos que no saben y ni siquiera se imaginan como es el verdadero poder.

Cruzo la calle y me adentro en el enorme rascacielos que ocupa toda una manzana, una maravilla de obra con más de 50 pisos, me adentro en el elevador que está desocupado tratando de hacer el mínimo contacto visual con cualquier persona y evitando ser visto por las cámaras de seguridad, tecleo el código del piso privado que había conseguido con antelación y emprendo la subida en la lujosa caja metálica.

 Para ser un edificio tan lujoso debería de tener tecnología de ultimo nivel pero esta chatarra de elevador se demora más tiempo del que me gustaría, tiempo en el cual me dedico a apreciar mi imagen en el espejo de cuerpo completo que se encuentra al fondo —un detalle chic no lo voy a negar—la verdad es que de atractivo no carezco, una de las pocas cosas que he de agradecerle a mi padre, ya que hago uso de él cada que se necesita como la noche anterior en la cual tuve que seducir a una sexy secretaria para conseguir los códigos de seguridad del edificio —una muy mala empleada, ya no se puede confiar en nadie en estos días—

Salgo del elevador y camino recto por el pasillo que me queda al frente tratando de recordar los planos del edificio que me aprendí de memoria la noche anterior y — Bingo— encuentro la oficina que estaba buscando y me escabullo dentro de esta tratando de hacer el menor ruido posible para no levantar sospechas.

 La antesala que me recibe se encuentra vacía, no hay ni un alma lo cual me hace sospechar ya que hoy no es un día feriado para los trabajadores sin embargo no me detengo, el miedo y la duda no me han detenido antes y menos ahora ya que esos sentimientos no hacen parte de mi entrenamiento.

Avanzo sigilosamente y me detengo frente a la puerta de caoba que se encuentra al final del pasillo la cual pertenece al despacho personal de mi objetivo, la abro y ahí se encuentra mi presa, sentado en su silla rotatoria contemplando el panorama de la ciudad y fumándose un puro como en un buen día.

—Buenos días— me saluda en su idioma que reconozco como árabe y sin contestarle me desplazo lentamente por el lugar hasta quedar a pocos metros de él.

—Hasta aquí se siente el olor a muerte que desprendes—me dice en un tono despectivo y me saca una sonrisa interna, si en verdad se pudiera sentir un olor de ese tipo proveniente de mí ya se estuviera asfixiando en el piso y rogándome por su muerte.

Lentamente se da la vuelta en la silla hasta quedar de frente a mí mirándome directamente a los ojos y contemplando mi rostro y le permito hacerlo, ya que personalmente veo como un acto de buena voluntad el hecho de saber quién te va a llevar a la tumba.

—¿Al menos me darás el honor de saber el nombre de mi ejecutor?— me pregunta y no sé qué es lo que siento si lastima por ver cómo me mira expectante a una esperanza de vida o asco al saber de todas las atrocidades que ha cometido este animal y para su mala suerte soy de los que cumplen a la perfección con su trabajo.

—Solo tienes que saber que no te has portado muy bien, y este año en vez de visitarte Papá Noel te ha venido a ver La Parca, tienes suerte, no todos tienen el privilegio de conocerme, o más bien la desgracia—dicho esto mi objetivo se abalanza sobre la mesa que tiene en frente intentando coger algo debajo de esta pero soy más rápido sacando la daga que escondo bajo mi manga y mandándola directamente hacia su hombro.

Se desploma, grita y sangra pero en lo que llego hasta él logra su cometido y saca un revolver de una funda pegada bajo el buró que nos separaba, dispara a quemarropa contra mi sin embargo soy ágil a la hora de esquivar los proyectiles y rodear la mesa para cogerlo desprevenido desde su espalda.

Podría acabar rápidamente la contienda con mi pistola sin embargo prefiero las cosas a la vieja escuela justo como mi maestro me enseñó.

Lo agarro por el cuello desde atrás y le aplico una llave que reduce su movilidad mientras que con mi mano libre alcanzo el puñal que estaba en su hombro y lo llevo hasta su cuello rajándolo sin compasión al igual que cuando abres la piel de un animal que sabes que será tu cena.

La sangre sale a borbotones tiñendo el piso de ese rojo carmín que tengo impregnado en los ojos como si fuera el color más hermoso que he visto en mi vida y el aire se impregna del olor a hierro que tantas veces ha inundado mis fosas nasales, y es que ya nada de esto me asquea ni me impresiona porque no han sido unos pocos, en mis 25 años de edad he cegado tantas vidas que perdí la cuenta después de la muerte número 300, y es que no tiene sentido contar cuando la muerte hace parte de tu vida y tú vives para matar.

Cojo al cerdo que yace muerto en el piso y le planto una tanda de tiros al cristal de la ventana panorámica que tengo al frente logrando que esta se agriete y acabando de romperla con la patada que le mando haciendo que se rompa en mil pedazos.

Arrastro el cuerpo hacia el borde de la ventana y lo tiro al vació, esperando que cuando se destroce contra el concreto no se desfigure el rostro y quede reconocible. Así son nuestras viejas costumbres, matamos en público o al menos nos aseguramos de enviar el mensaje como acabo de hacer, bien dice el proverbio: mata a uno para advertir a cientos. Y he de admitir que me encanta la adrenalina que se siente en el momento en el que todas las personas corren por sus vidas.

Se escuchan personas corriendo en mi dirección y me escondo detrás de la puerta esperando a que entren los efectivos de seguridad los cuales van directamente hacia el ventanal sin percatarse de mi presencia y saco la Beretta que cargo como arma para aniquilar de un tiro en la cabeza a dos de ellos mientras el tercero me intenta disparar y escapo por la puerta, esperándolo en un ángulo ciego de la salida enterrando mi cuchillo en su ojo derecho cuando sale para después enterrarlo en su pecho.

Salgo corriendo sin detenerme directo hacia las escaleras y subo directamente a la azotea del edificio donde ya había dejado con antelación un paracaídas en la primera visita que hice al edificio y donde aproveché para seducir a la secretaría, ya que el edificio tiene una salida y ésta ya no es una opción, y esto es la parte que detesto de tener como objetivo a alguien de alto perfil, el tener que estudiar perfectamente sus rutinas y trazar un plan para una ejecución limpia, yo soy más de improvisar y hacerlo sobre la marcha.

Una vez me abrocho y ajusto el paracaídas corro hasta el borde del edificio que se encuentra frente a la playa y me dejo caer, disfrutando del aire que azota mi cara y desplegando el aparato con el cual caigo en la arena y emprendo la huida hacia la motocicleta que aparque tres cuadras abajo con la cual llegue aquí, no sin antes notar el tumulto de personas que se han reunido a ver el cuerpo muerto.

Llego hasta mi vehículo y arranco como alma que lleva el diablo, no veo la hora de salir de aquí.

Hermandad De SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora