Capítulo 13

27 10 7
                                    

Diana

Si conoces a los demás y te conoces a ti mismo, ni en cien años perderás una batalla; si no conoces a los demás pero te conoces a ti mismo, ganaras unas batallas y perderás otras; si no conoces a los demás ni te conoces a ti mismo, correrás peligro en cada batalla.

Aún recuerdo como si fuera ayer a mi sensei repitiendo uno a uno las enseñanzas de Tsun Zu, el maestro del arte de la guerra durante mi entrenamiento.

También recuerdo como goleaba mi cabeza con la vara de bambú cuando me reía de lo que decía.

Pero en algo si tenía razón, y es que la vida es una guerra que no tiene fin y solo sale victorioso aquel que sepa dominar este arte.

Y esto es algo que tuve que aprender a lo largo de la vida, que es la que te da la experiencia y te enseña que el engaño es el arte de la guerra, y por suerte yo soy una maestra del engaño.

Muchas personas me han subestimado a lo largo del tiempo, personas que se creían que solo por ser mujer o por tener una cara bonita era un ser débil e indefenso<y como no si mi apariencia me delata>.

Siempre me han mirado con superioridad o por encima del hombro sin tener la más mínima idea de quién soy, así como lo está haciendo Gia en este preciso momento.

—¿Interrumpo algo?

Pregunta el hombre que acaba de abrir la puerta y entrar al lugar con desparpajo al ver la malmirada que le dedica Dante que aún sigue sentado en el sillón.

—¿Qué mierda haces aquí?—Suelta Dante sin ocultar el mal humor que le sale por los poros.

—Alguien se levantó con el queso fermentado o interrumpimos algo importante

Le susurra el joven con la mano en la boca a la mujer que se encuentra a lado en un tono perfectamente audible para nosotros, logrando que Gia se mueva incómoda dedicándome una mirada asesina y yo mire hacia abajo para comprobar lo que me presentía.

<Tengo los pezones más marcados en la blusa que los de la reina de las nieves en medio de su castillo>

¡Maldita excitación!

Aparte también tengo las piernas mojadas y debo de tener la cara más roja que un tomate, es solo cuestión de fijarse bien para saber que casi estábamos follando.

Dante se para furioso de su sitio y justo cuando está a punto de abrir la boca somos interrumpidos nuevamente por Albert, que silenciosamente llega hasta el umbral.

—El comedor está listo para el almuerzo, mi señor—desvía la vista hacia los demás—también preparamos puestos para los invitados.

—Retírate—ordena Dante encaminándose a la puerta—y después vamos a conversar sobre dejar entrar a la gente sin mi autorización—dice cuando pasa por su lado sin siquiera mirarlo.

Me ubico en una de los puestos de la gran mesa del comedor del Palacete que derrocha igual belleza y estilo que el resto de la casa, con Dante a mi derecha encabezando el puesto principal y los otros tres frente a mí del otro lado de la mesa.

El servicio no se hace esperar, se adentran en el fino sitio con brillantes charolas de plata que se descubren para dar paso a un suculento bistec de res con otros acompañamientos típicos de la región<La comida de la Toscana siempre ha sido mi favorita>.

Empezamos a ingerir la comida silenciosamente, aun así se puede palpar claramente la tensión que está en el aire y genera incomodidad en el ambiente.

Sin embrago no estoy acostumbrada a comer en este lugar y ante la situación actual prefiero fijar mi atención en lo que me importa, y es el plato que engullo como una hambrienta africana.

Hermandad De SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora