Un cadáver, un traidor

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El alba aún no se encargaba de bañar el cielo cuando Zelda se despertó sobresaltada, había tenido una pesadilla que dejó un sabor amargo en su boca y garganta, un dolor punzante comenzó a extenderse desde su pecho cuando se levantó bruscamente al notar la ausencia de Henry.

Un aire helado se estrelló contra su rostro en cuanto abrió las ventanas de golpe con la espera de despejarse un poco del reciente sueño catastrófico que había tenido, y, también para ver si Henry no se encontraba por los alrededores. 

Que el no siguiera a su lado la extrañaba, normalmente él era quien la despertaba con caricias y besos, si no había hecho lo mismo esa mañana era porque algo había pasado, aún así era extraño, Henry era de las personas que no se iban sin decir o dejar una nota antes, y por mucho que Zelda buscó no logró encontrar absolutamente ninguna pista que le revelara el paradero actual de su pareja.

La preocupación comenzó a crecer en su interior, pero dispuesta a no perder los estribos terminó por hacer su rutina de forma normal. Una vez que estuvo lista, con el uniforme liso y limpio, se dio una última mirada en el espejo y salió a toda pisa con la intención de ir a donde su padre.

No había ni recorrido la mitad del camino que llevaba a la oficina de su progenitor cuando el sonido de unos pasos apresurados y un gran bullicio la hizo detenerse y girar mientras se mantenía alerta.

Un joven de quizá tan solo quince o catorce años, giró desde el fondo del corredor y casi se cae de boca al detenerse frenéticamente al toparse con Zelda, ella alzó una ceja y lo miró aún más preocupada. 

-¿Sucede algo?- Preguntó con voz neutra y carente de emoción. 

El chico frente a ella tragó saliva, su manzana de Adán se movió en cuanto tragó, estaba inclinado como muestra de respeto pero a pesar de eso Zelda puso ver como sus mejillas perdían el color rosado que habían adquirido luego de su carrera.

Varias veces el joven abrió la boca queriendo hablar y varias veces la cerró, vacilaba, por momentos parecía que finalmente se había armado de valor ya que emitía ligeras silabas pero luego se cortaba antes de siquiera formar una sola palabra, su voz estaba ronca y tampoco ayudaba mucho la intensa mirada que Zelda le lanzaba aguardando aún una respuesta con la que estuviera satisfecha.

-Ibas a la oficina de mi padre.- Zelda volvió a hablar luego de notar que el chico frente a ella no tenía mucha seguridad para comenzar y exponer aquello que había querido comunicar. -¿Qué pasó? ¿Qué es lo que debes comunicarle?-

-El señor Henry murió...- Dijo el joven en un susurro tan, pero tan bajo que Zelda no puso escuchar más que simples balbuceos.

-Repítelo.- Ordenó Zelda.

-El señor Henry murió.- Volvió a decir aquel joven encogiéndose un poco, temeroso de la reacción que Zelda pudiera hacer a continuación. 

Esta vez fue el rostro de Zelda el que perdió el color y quedó como un pedazo de mármol, frío y blanco. Sus labios se apretaron involuntariamente suprimiendo un gemido lastimero, sus ojos se perdieron en un punto en la nada y sus manos comenzaron a emitir un ligero tamborileo nervioso y frenético.

De un momento a otro dejó de pensar, en su mente solo resonaron una y otra vez aquella palabras dichas por el muchacho frente a ella...

"Henry murió..." "El señor Henry..."

Involuntariamente, Zelda llevó una de sus manos a su vientre y luego la apartó con rapidez, como si la hubiera colocado sobre hierro ardiente en vez de tela.

-Señorita Zelda...- El joven aguardaba aún más nervioso, ya no sabía que hacer, sus ojos reflejaban su desesperación.

-¿Estás...?- Las palabras le fallaron a Zelda por un momento haciéndola vacilar. -¿Estás seguro de que Henry está muerto?- Preguntó de forma infantil, rogando a los cielos que no fuera así, rogando e intentando desesperadamente aferrarse a una esperanza tan frágil que podía romperse hasta con el más ligero roce de una brisa. 

Lady C. "Orígenes" (Precuela de Nevor Experimento Raven)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora