Dahana Suredal

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Tania no volvió a ver a la menor luego de que esta ingresó al consultorio de su padre, le obligaron a permanecer encerrada en su habitación, una petición de Zelda que su padre hizo cumplir sin problema alguno.

No era que a Tania le molestara estar en una habitación de cuatro paredes día y noche, pero sí le molestaba la razón, una razón tan absurda como el matrimonio.

En primer lugar no veía motivo ni razón por la cual debería de casarse con la hija de aquella mujer.

En segundo lugar le molestaba todo lo relacionado con el amor... No creía que fuera a ceder tan fácil ante una emoción así.

Y tercero... ¡NO TENÍA NI CINCO AÑOS!

Esa mujer estaba loca sin duda si creía que a esa edad era posible casarse y entablar una relación amorosa que valiera la pena.

-Pfff.- Tania se dejó caer sobre su cama de mal humor. 

El colchón y un par de almohadas se hundieron ante el peso de su pequeño cuerpo, un ardor comenzó a volverse presente en la altura de su pecho, aquel ardor que le causaban las quemaduras del fuero.

De mala gana Tania se giró y contempló las estrellas pintadas en el techo de su habitación. 

Quería gritar.

Nunca había logrado comprender como las princesas en los cuentos infantiles podían aguantar estar presas durante años en una diminuta torre, ahora entendía con claridad que ella no estaba hecha para ese tipo de cosas, lo suyo era rescatar, no ser rescatada.

Necesitaba salir, correr, brincar, ver otra cosa que no fueran las paredes llenas de constelaciones, sus peluches o las caricaturas animadas que pasaban una y otra vez en la tele.

Estaba harta y se notaba.

Aburrida como estaba comenzó a rodar de una lado a otro en la cama, sus coletas se aflojaron y al poco rato su cabello suelto se enredaba mientras algunos mechones se aferraban a su rostro como un velo. 

-¿Tienes pulgas?-

Ni siquiera escuchó la puerta de su cuarto abrirse por lo cual no pudo evitar sobresaltarse al escuchar la voz ronca de su padre.

-No...- Dijo una vez que recuperó un poco la compostura. -Estaba aburrida.-

-Parecías un perro sarnoso, o un hámster con su ruedita.- Robert se acercó hasta donde estaba su hija y le besó la cabeza con cariño.

-Mmm. ¿Ya puedo salir?- Tania creía conocer la respuesta pero se dio cuenta de lo equivocada que estaba cuando su padre volvió a hablar.

-Sí, ya puedes.-

Ante tal respuesta Tania se alejó unos centímetros para luego parpadear algo confundida, sabía que llegaría un punto donde aquellas visitas se irían y su libertad volvería, pero... Sinceramente no esperaba que fuera tan pronto.

-Solo han pasado dos días...- Soltó Tania incrédula.

-Creí que te alegrarías.- Le reprochó su padre con una sonrisa, su hija era una verdadera caja de sorpresas, por mucho que creyera conocerla y saber como reaccionaría, ella siempre le mostraba lo equivocado que estaba. 

-Me alegro pero...- 

El sonido del motor de un auto la interrumpió. Sin perder tiempo Tania corrió a su ventana y la abrió, abajo un auto elegante se estacionaba y el chofer, un hombre anciano y corpulento, bajaba para abrirles las puertas a las dos personas que estaban de pie a la orilla de la banqueta.

La primera en subir fue la mamá, Zelda entró sin perder tiempo, se veía apurada, Dahana la siguió con pasos demasiado lentos para el gusto de su madre. Desde la altura en la que se encontraba, Tania pudo ver las vendas que aún cubrían las extremidades de la menor, también vio el nuevo color, producto de la decoloración, en el cabello de la misma.

-Dahana...- 

El nombre escapó de sus labios y fue llevado por el viento sin darle oportunidad a la nombrada de escucharlo.

-Aléjate de la ventana.- Robert jaló a su hija con suavidad a la par que volvía a cerrar la ventana, y posteriormente, las cortinas. -Es mejor para ella que no te vea.-

-¿Tú también?- Preguntó molesta Tania.

-No sé si esa predicción sea cierta o no, pero opino igual que Zelda... No puedo permitir que mi hija se case con una Suredal, eso sería terrible, y no es porque ellas sean indignas o algo por el estilo, solo que no creo poder soportar ver a mi pequeña estar al lado de una descendiente de los asesinos de nuestra familia.- Robert hablaba con tono calmado, pero muy en el fondo Tania comprendía que igual había odio en esas palabras, odio que no podía culparle.

-Ella no los mató.- Tania ni siquiera sabía el porqué defendía a Dahana pero antes de que pudiera pensarlo más a fondo, las palabras brotaron de sus labios.

-Llevaba su sangre, es como si lo hubiera hecho.- 

- Es inocente al igual que yo, nosotras no tenemos la culpa de las barbaries cometidas por nuestros antepasados y tampoco somos culpables de sus errores.- 

Robert desvió la mirada pero no negó aquello.

-Lo sé...-

-¿Entonces?- Presionó Tania sin estar segura de que respuesta esperaba escuchar en esta ocasión.

-Es una Suredal.-

Y eso fue todo, Tania sabía que solo era dar vueltas al asunto así que lo dejó de lado, no presionó más, no pidió más...

 Desde aquel momento ninguno de los dos volvió a tocar el tema, todo lo relacionado con Dahana Suredal y con los Suredal en general no los incumbía, no era algo que debía mencionarse. 

Incluso cuando el tiempo pasó aquella platica se borró de sus recuerdos y la profecía de la que una vez la cuidaron quedó en el olvido hasta el día en el que... Finalmente, se cumplió.


Lady C. "Orígenes" (Precuela de Nevor Experimento Raven)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora