10 Fix you

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La mano de Carlo se abría y cerraba constantemente, ejerciendo presión sobre la pelota de goma que tenía en su palma. Era uno de los ejercicios que debía hacer para recuperar la fuerza y la movilidad de sus extremidades, además de que lo ayudaba a reducir el estrés.

El italiano llevaba un par de días con un humor de perros y es que, aunque al principio se mostraba motivado con la noticia de que podría recuperar su movilidad, ver que requería mucho tiempo de esfuerzo lo estresaba hasta el punto de estar constantemente irritado.

Carlo llevaba casi dos semanas de terapia, con estimulación eléctrica y haciendo ejercicios, pero lo máximo que había conseguido era eso: mover su mano derecha. La izquierda también podía moverla pero su temblor exagerado hacía imposible que fuera funcional.

Frustrado, dejó escapar un largo suspiro mientras sus ojos se dirigían hacia la ventana que tenía a su derecha. No podía ver muy bien el cielo pero sí lo suficiente como para saber que el atardecer se acercaba. Echaba de menos salir y sentir el aire mover sus cabellos, y a los rayos de Sol colorear su piel; más los doctores aún le decían que era arriesgado porque su sistema inmune aún no trabajaba del todo bien.

Apretó la pelota con la máxima fuerza que pudo, desviando su mirada hacia el calendario que había colgado en la parte trasera de la puerta. Era ocho de julio y eso significaba que sólo faltaba un día para su cumpleaños. El día estaba señalado con dibujos de globos y corazones gracias a su hermano, cosa que lo enfadaba aún más.

Carlo sintió una presión en su garganta que lo obligó a tragar saliva. Cerró los ojos en un intento de calmarse; incluso él comenzaba a sentir que debía rebajar su mal humor. Todo le molestaba en demasía pero, ¿qué otra cosa podía hacer? «Cualquier persona en mi situación estaría igual», pensaba, tratando de convencerse a sí mismo. «Estar en una cama todo el día sin poder moverte vuelve loco a cualquiera».

— He vueltio.

Los pensamientos intrusivos de Carlo fueron interrumpidos gracias a la llegada de Igor, quien se adentró en la habitación con una bolsa de papel en la mano. El ciborg parecía algo animado y aunque no era la primera vez que Carlo lo veía así, sentía que algo había cambiado en Igor.

No sabría decir muy bien el «por qué», quizás eran imaginaciones suyas, pero Carlo notaba al ruso más «natural» y menos «robótico». Sus ojos brillaban como nunca antes habían hecho y sus emociones eran cada vez más expresivas. Su comportamiento ya no era tan estático como antes, sino más bien todo lo contrario. Igor parecía cada vez más «humano» y menos «androide».

— Comprié el bocadillio que parecía más apeteciblie — comentó Igor mientras colocaba la comida sobre la bandeja, para luego acercarla al italiano —. Tiene pollitio empanado, con quesio, mostaza, lechuguitia, cebollitia, pepinio y tomate. También te trajie un refresco porquie siempre te estiás quejando de los batidios de fruta del hospitial.

Guerra ❇ CarligorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora