09 Everything I wanted - primera parte

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Igor respiró profundamente, notando cómo la sal que traía consigo la brisa marina se adentraba en sus fosas nasales

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Igor respiró profundamente, notando cómo la sal que traía consigo la brisa marina se adentraba en sus fosas nasales. Con los ojos cerrados, el ciborg se encontraba tumbado sobre un viejo muelle de madera que dejó de tener visitas hacía ya mucho tiempo. Aún así, seguía en pie y recibiendo a Igor cada vez que necesitaba un rato a solas.

Sus pies descalzos colgaban por el filo, siendo salpicados por alguna ola traviesa. Suspiró al sentir que sus cabellos se movían delicadamente por el viento, dejándose abrazar por esa sensación parecida a flotar.

En otra época hacer algo así le habría parecido una perdida de tiempo pero después de conocer al italiano, este le había pegado algunas de sus costumbres. Una sonrisa asomó en sus labios al recordar sus sesiones de tiro y cómo todas acababan con Carlo y él tirados sobre el suelo, observando las nubes mientras hablaban de cualquier tontería.

Entonces abrió los ojos, sentándose para que estos quedaran fijos en el horizonte a la vez que su pecho era invadido por la nostalgia. Echaba tanto de menos esos momentos con el joven, que le parecía que habían pasado años desde la última vez que vivieron algo así. Y sin embargo, apenas habían pasado dos meses. Dos largos y duros meses en los que Carlo aún no lograba despertar.

La operación para reconstruir su vena cava fue exitosa y poco a poco Carlo dejó de depender de las máquinas que hacían que su corazón y sus pulmones trabajasen por él. Aunque en primera instancia su coma fue inducido, su daño cerebral fue mayor de lo que los médicos estimaron en un principio, ocasionando que el despertar de Carlo dependiera de él mismo.

Igor cerró su puño al recordar la impotencia que sintió cuando los médicos comunicaron la mala noticia. ¿Por qué el cuerpo humano era algo tan maravilloso pero a la vez tan delicado? ¿Por qué tuvo que ser Carlo el que recibiera el disparo? Igor no podía perdonarse el hecho de que el último recuerdo que tenía del rubio antes de encontrarlo inconsciente, eran sus ojillos asustados pidiéndole ayuda de forma silenciosa mientras el agente Volkov apuntaba a su sien.

Lo siguiente que pasó por su cabeza fue aquel día en el aeropuerto, en donde acabó la vida de aquel que se había atrevido a arrebatarle a su primer amor. Igor pensó que tras cobrar venganza se sentiría mejor, pero se equivocaba. Aquello sólo sirvió para ensombrecer aún más su apesadumbrado corazón. Matar a Viktor no hizo que Carlo «volviera a la vida».

Verlo dormido sobre la cama del hospital lo rompía en mil pedazos. Si no fuera por el incesante pitido de la máquina que registraba los latidos de su corazón, cualquiera podría pensar que el italiano estaba muerto. Igor llegó a pasar horas sujetando la mano de Carlo mientras veía cómo su pecho subía y bajaba, inspirando y expulsando el aire, asegurándose de que seguía viviendo.

Incontables eran las noches en las que Igor despertaba aterrorizado tras soñar el momento en el que encontró a Carlo tirado en el camino que había debajo de un puente por el que no pasaba nadie. La claridad con la que veía la sangre escapando de su cuerpo le hacía sudar frío. Por si no fuera poco el tratar de entender qué eran los sentimientos y por qué los sentía cuando se suponía que fue creado para no tenerlos, también se le sumaba el tener que lidiar con el trauma de casi perder a la persona que tanto le había hecho cambiar en muy poco tiempo.

Carlo destruyó las barreras que Igor creía que eran indestructibles, le hizo pensar en su existencia y le mostró que él no era un simple juguete o un esclavo. Le enseñó lo que era el afecto de verdad, lo que era divertirse sin pasar ningún tipo de miedo. Carlo le regaló su tiempo sin pedir nada a cambio y eso jamás se lo había concedido nadie... Por eso juró protegerlo pero el ciborg no pudo cumplir su promesa.

Ahí estaba de nuevo, ese dolor de cabeza que obligaba a Igor a cerrar los ojos con fuerza. Un fuerte pitido lo ensordeció durante un rato e incluso lo hizo sentir mareado. Respiró profundamente como siempre hacía cada vez que le daban estos «ataques» y lentamente pudo abrir los ojos, encontrándose con el mar.

Igor apoyó el peso de su cuerpo sobre su brazo izquierdo, viendo cómo la marea se movía tranquila. El molesto pitido iba desapareciendo lentamente, con el pasar de los segundos. Su vista a veces se volvía borrosa pero Igor no apartaba su mirada del agua. No supo muy bien por qué pero su corazón comenzó a latir desbocado. Frunció un poco el ceño, ¿acaso estaba viendo una silueta en el fondo?

El ciborg frunció el ceño, maldiciendo que su vista no fuese tan buena como de costumbre. Pero entonces lo vio... Vio un cuerpo flotando bajo el agua, más sus ojos se engrandecieron cuando observó que se trataba de un rostro muy familiar.

— ¿Carlo...? — susurró ese nombre con una temblorosa voz.

Negó con la cabeza, no podía ser él, ¿cierto? Carlo se encontraba en su habitación del hospital, a salvo... Sin embargo lo invadió una imperante necesidad de saltar para salvarlo cuando su teléfono comenzó a sonar, distrayéndose de su cometido. Buscó el aparato que había dejado a su lado sobre la madera, acrecentando su sorpresa al ver que el nombre de «Toni» aparecía en la pantalla.

— ¿Diguia...? — contestó rapidamente, llevando el aparato hasta su oreja. Volvió a mirar el mar con miedo a encontrarse a Carlo pero esa vez no vio nada más que las olas rompiendo contra el muelle.

— Igor, soy yo, Toni... Ha pasado algo.

— ¿Quié? — Igor se puso en pie, preparado para correr hacia el coche si hacía falta —. ¿Quié ocurre?

Las siguientes palabras dejaron a Igor sin aliento.

— Carlo ha despertado.



Carlo no sabía muy bien dónde se encontraba, pero suponía que estaría en medio de un inmenso océano, en donde los rayos del Sol no lograban llegar. A pesar de estar bajo el agua, el joven italiano podía respirar pero no mover su cuerpo; sus cabellos rubios danzaban por el movimiento del agua mientras que él flotaba, dejándose llevar por la corriente.

Sus párpados se abrían cada vez que escuchaba el sonido de un animal marino acercándose. A veces podía ver y escuchar orcas, delfines o ballenas pasar a su lado, al igual que tiburones o simples pececillos que le hacían cosquillas. Fuera lo que fuese, nunca sentía miedo.

Inexplicablemente, Carlo se sentía a salvo en ese lugar. Aún si desafiaba todas las leyes de la lógica, el italiano no se preguntaba qué estaba pasando y simplemente se dejaba acunar por el océano, como si lo que estuviera viviendo fuera algo normal, como si no conociese nada más que eso. Simplemente estaban él, su mar y las criaturas que habitaban en ella. Todo parecía tranquilo para Carlo hasta que un día, la oscuridad se vio interrumpida por unos cuantos rayos de luz que se hacían cada vez más y más claros.

De pronto ya no había oscuridad y Carlo juraba que podía ver el cielo a través del agua. Podía escuchar olas rompiéndose en la costa y el canto de alguna gaviota a lo lejos pero había un problema y es que, a medida que se acercaba a la superficie, a Carlo comenzó a faltarle el aire.

Agobiado, Carlo ya no podía respirar bajo el agua y por mucho que quisiese nadar hasta salir del agua, su cuerpo no respondía en lo absoluto. El lugar que había sido un remanso de paz para el joven se había convertido en el mismísimo infierno.

Entonces quiso hablar y gritar para pedir ayuda pero estaba debajo del agua y las vibraciones de su voz no llegaban a nada más que pequeñas burbujas de aire. Empleando toda su fuerza lo único que pudo hacer fue mover los dedos índice y corazón de su mano derecha.

Fue en ese momento en el que vio una silueta oscura que estaba en el otro lado acercarse, hundiendo los brazos en el agua para agarrar sus manos y tirar de él. Algo que en la vida real duraría segundos, para Carlo fue una eternidad que empeoraba sus ansias por respirar.

Sin embargo, no tuvo que esperar mucho más, pues sus perezosos párpados se fueron abriendo al mismo tiempo que su boca jadeaba desesperada por recibir oxígeno. Carlo no veía nada a su alrededor más que sombras y luces pero al fin podía respirar sin ahogarse por culpa del agua. Ya no habían más animales marinos, tampoco esa sensación de flotar. Carlo había despertado del coma aunque seguía sin poder moverse.

Guerra ❇ CarligorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora