3. CIELO OSCURO

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Si te mira como a mí entenderías la brujería. D.S


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Méndez

Nunca antes había visto el color negro de esta manera. En medio de la lluvia, la desolación y el cielo gris de la ciudad sabe distinto, se siente distinto, duele un poco más..., sobre todo cuando estás frente a la tumba del gran amor de tu vida.

Inhalo profundamente mientras el aguacero por fin deja de caer en un viejo barrio de Boston, lugar donde traje un día como hoy, hace doce meses, las cenizas de Elena que hoy descansan en un hermoso parque de cerezos rojos.

Sonrío con nostalgia pero por dentro me desmorono. No es fácil ver que la mujer con quien compartiste los mejores momentos se va como un espejismo, que el "juntos para siempre" se rompe en el más crudo silencio de primavera, junto a miles de personas que siguen su vida mientras uno sufre para seguir sobreviviendo.

Extrañas su voz por las mañanas, los regaños por las tardes, los tímidos toques en la cama de un amor que envejece con el tiempo. Cuesta tanto pensar que ya no existe, que no volverás a abrazarla, sentirla, vivirla como antes. Llegas a casa y la vida te consume en un fragmento de recuerdo porque cada rincón le pertenece siendo imposible llenar el vacío que deja.

Trago saliva poniéndole una mano en el hombro a Mateo, quien cada vez que viene a ver a su madre suelta en lágrimas. Lo abrazo sintiendo el mismo dolor que él al ver su nombre tallado en un pedazo de mármol, sufriendo por la ausencia más dificil del mundo: perder a uno de tus padres.

—Hijo... —se suelta evitando que lo vea llorar.

Nuestro hijo está en una edad rebelde, decirle que su madre murió fue lo más triste que tuve que hacer en vida puesto que, así como lo habría querido Elena, no pude mentirle. Inhalé hondo contándole la verdad sin entrar en muchos detalles, sabiendo que el dolor era más fuerte porque no pudo despedirse de ella ni darle un último abrazo.

—Tu madre se fue pensándote y amándote. Ella no hubiese querido que sufras.

—Déjame solo. —Espeta, limpiándose las lágrimas.

—No voy a dejarte solo. No lo haré nunca, hijo.

Hay un crudo silencio entre nosotros y al volver a posar mis ojos en su nombre es imposible evitar culparme. Contengo mis lágrimas con el pleno sentir que debí alejarla de la mafia cuando pude hacerlo. Sus últimas palabras me atormentan día y noche, ese extraño sentir entre la razón y el miedo, las veces que lloraba asustándose por las balas y cuando solo deseaba que las batallas acaben deseando un futuro para nuestro hijo.

"Quisiera no haber nacido en este mundo de guerras ¿Saldremos de esta, cierto? ¿Me lo prometes?"

"Te lo prometo"

"No podemos dejar a Bianca, Pascual. Somos lo único que tiene."

Ahogo cada palabra en el pasado mientras consuelo a mi hijo que vuelve a llorar poniéndole rosas rojas, sus favoritas, en el jarrón cerca de su lápida. Desde que está aquí jamás le han faltado las flores, Mateo se ha obsesionado así como yo en mantenerla presente, dándole honor a la maravillosa persona que era.

—Mamá...quisiera haber estado más tiempo contigo—solloza—. Mamá... no debiste morir tú, debió morir ese niño.

—Mateo... —trato de tener paciencia.

—¡Suéltame! ¡Tú también fuiste cómplice! Lo único que hicieron fue pensar en Bianca y su hijo ¿pero alguna vez pensaron en mí?

—¡Por supuesto que pensábamos en ti! Tú eras la razón por la que luchábamos. Queríamos darte un mejor futuro, buena educación y que estuvieras a salvo lejos de la mafia. No elegimos esto, Mateo.

Peligro Mortal © [3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora