28. CELOS Y TRAMPAS

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Bianca

Mis manos hacen un puño cuando descubro a la mujer que me mira con una sonrisa irónica en los labios. Mi mente no piensa, solo procesa la ira que parece emanar por mis poros. No me hallo, no respiro, solo soy un volcán en cólera con preguntas en mi cabeza:

¿Qué hace esa maldita mujer aquí?

Aprieto los labios al verla pavoneándose por el lugar como si fuera la dueña, pidiéndole a la criada que arregle las flores como si sus minúsculas manos se jodieran por hacerlo ella misma.

Ha cambiado mucho. Ya no usa trajes de pordiosera, ahora viste elegante. Lleva un brazalete en su muñeca, un collar con la insignia del león y el descontrol me avasalla de golpe.

—Tiene buen gusto, señora—le dice la muchacha—, pero ojalá que no nos vean.

—Tranquila, Adelina, nadie te regañará. Sabes que el korol hace todo lo que yo le pida, en estos años hemos formado una hermosa relación juntos y concede todo lo que yo le solicito porque me ama.

Destruyo mi mano con mis uñas.

—Hacen una linda pareja.

—Por supuesto, cariño. La gente buena siempre se ve bien junta.

Ríen y no lo soporto.

—Ay ¿No hueles?

—¿Qué? No huelo nada, señorita Amalia.

—Huele como a podrido...—la hace mirar a otra parte, fingiendo que no me ve—. Como si serpientes muertas estuvieran enterradas vivas por aquí.

—¿Serpientes?—La muchacha se asusta.

—Calma, no hay que temer. Son insignificantes, insípidas, asquerosas, porque su propio veneno las consume. Pero al final todo en la vida tiene un precio. El karma se ha encargado de poner a las víboras en donde corresponde y a las personas de buen corazón con la gente que ama.

Mi cuerpo se balancea hacia adelante, presa de la ira, hasta que siento unas manos que me controlan.

—Mi señora, no vale la pena—Naila me detiene abrazándome por detrás mientras la muchacha gira y se da cuenta de mi presencia.

—Ay no...

Amalia me ve desde lejos con una sonrisa. La mustia ya no tiene vergüenza, se siente superior al verse libre mientras yo estoy encerrada y mi frustración hace que mi brazo empiece a picar otra vez.

—Vámonos, no vaya a ser que nos infectemos de sus enfermedades. Había olvidado que por aquí tenían a una víbora mayor—le dice a aquella muchacha—. Iré a prepararle algo decente de comer a mi pequeño Ángelo. Algunas sí sabemos ser madres.

—¡Malnacida!—Bianca se descontrola, pegándose a la rejilla—. ¡No te metas con mi hijo o te vas a arrepentir!

La muchacha se asusta, retrocediendo, mientras Amalia solo suelta una sonrisa.

—¿Enserio? Yo creo que tal vez pronto llegue a decirme mamá.

Esta vez me lo dice de frente y pierdo mi control total. La piel de mis manos fricciona contra los barrotes sin que pueda detener mi ira a la par que le grito. Siento cómo mi cuerpo se vuelve un caldero mientras se larga pavoneándose y riéndose junto a la muchacha que solo baja la cabeza.

—¡Señora!

Naila me empuja y me toma del rostro tratando de calmarme porque me cuesta respirar.

—¡Déjame!

—¡Basta!

—¡¿Con qué derecho se llena el hocico hablando de mi hijo?! ¡¿Y qué pretendía Adrian al traerla aquí?!

Peligro Mortal © [3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora