Capítulo IV: Problemas Sureños.

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IV

«PROBLEMAS SUREÑOS»

«La mayoría de las personas

gastan más tiempo y energía

en hablar de los problemas

que en afrontarlos».

Henry Ford

El salón de música un lunes a las nueve de la mañana era el lugar ya de tradición para Félix. Ahí era el espacio indicado donde las notas salían, los versos se unían y su arte evolucionaba más. Era un artista en crecimiento, eso era claro, estaba tan apegado al mundo musical que de vez en cuando se preguntaba por qué estudiaba Lenguas. De hecho, ninguno de la clase lo sabía.

Había pasado por muchas emociones y varias situaciones justo antes de entrar a la universidad. Quería aplicar para la carrera de Música, sin embargo, su madre en aquel entonces se lo impidió, pues veía ese gusto como un pasatiempo y no como profesión o algo que le diera oportunidades, así que no le dejó otra opción al de cabello largo que irse por su segunda elección.

«Que al menos tuviera un título con el qué respaldarse cuando deba buscar trabajo y la música no sea fructífero», en eso se basaban la mayoría de las discusiones con su madre sobre la carrera. Félix no odiaba la carrera de Lenguas, solo hubiera preferido leer partituras en lugar de diez lecturas a la semana.

Ahora Félix se encontraba tocando la guitarra, buscando un sonido de rocanrol con una base de batería previamente grabada. Las letras no le salían aún, pero era un deguste sin igual el ver cómo la luz del sol entraba por la ventana y reflejaba en la guitarra color caoba brillante, dejando a su vez que los dedos decorados por uñas pintadas de negro se calentaran con el pasar de los minutos.

Se sentía en una película, esencia viva de una estrella, sin importarle que aún no lo fuera y solo tocase en unos bares locales de Madrid de vez en cuando. Siempre tocaba en el lado norte, no porque odiase el sur, solo era cuestión de clientes; estaba claro que en los bares de la zona no conseguiría lo que en la clase alta lograría. Ser artista en crecimiento es caro y los músicos saben eso de primera mano.

Calada tras calada, toque tras toque, esa era su rutina. No desperdiciaba su tiempo en gimnasio, en deportes o en hacer los deberes a último momento. No, él era un chico aplicado, con el pensamiento algo lento, pero lo compensaba con las calificaciones de los exámenes. Ahora que ya estaba en tercer semestre, estaba dispuesto en validar, cambiarse de carrera y ganarse la beca de música. Tenía todo planeado y estaba seguro de que lo lograría: tenía una banda, tenía instrumentos, tenía la experiencia y pasión. Solo le faltaba una cosa y era lo más importante: el amor de una familia.

Al poco tiempo de haber empezado la carrera, sus padres junto a sus hermanas y la abuela desaparecieron una mañana. Félix no estaba en casa, había pasado toda la madrugada en un pub que estaba de inauguración, y cuando llegó faltando poco para las diez, se encontró con el completo silencio y abandono en casa. Pensó que no tenía sus audífonos encendidos o cargados, y llamó varias veces mientras seguía buscando por todo el apartamento, pero no había nadie. Solo una nota sobre la mesa.

Identificó de primeras que había sido escrita por su madre debido al tipo de letra. Con dificultad logró leerla, ya que no estaba familiarizado con esa fuente, pero captó el mensaje. Lo habían abandonado, la carta no decía un por qué ni a dónde irían, no había explicación alguna más que solo disculpas baratas que no eran sinceras.

Terminó solo. Sin siquiera tener un último adiós.

Así era cómo las memorias empezaban a jugarle una mala pasada, y Félix ya no se sentía tan animado como para tocar las notas que minutos antes degustaba. Ahora eran ritmos pesados, había puesto algo de lentitud a la grabación de la batería, y solo así consiguió tocar un acorde que repitió por casi dos minutos. Se quedó estancado sin saber cómo, y mucho menos sabía cómo salir de ese bloqueo.

Southern Souls. (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora