Capítulo VIII: Sombra de una Duda.

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VIII

«SOMBRA DE UNA DUDA»

«No hay mayor mentira

que la verdad mal entendida».

William James

Hasta ahora eran las siete de la noche, la mayoría de las personas ya acababan su última clase del día y también de la semana. Muchos se estaban yendo para sus casas, solo para volver minutos después sin sus mochilas o con vestimenta diferente. Algunos traían alcohol y personas de afuera, solo para vivir como se debía la experiencia de un viernes en la universidad.

Al estar cerca de acabar el semestre, la gran mayoría de la universidad estaba quedándose esa noche, prometiendo irse cuando se acabara el alcohol o cuando ya fuera la hora de ver el sol. El Pequeño Pecado ya no estaba tan abarrotado, pero algunas personas seguían ahí, esperando por algo más de mercancía que Darío encargó hace una hora.

Mientras muchos de los chicos estaban perdidos, Manuel estaba con Johan y Félix, sentados en las gradas de la cancha de baloncesto del edificio de Artes mientras tomaban unas cervezas. Hablaban de cosas que solo entendían cuando salían más seguido hace meses. Félix le contó al mayor sobre la noche anterior en la que Johan se atrevió a cantar enfrente de varias personas, mientras él le respondió que debía verlo con sus propios ojos para saber de qué se estaba perdiendo. Johan estaba pensando que pasaría la noche con sus amigos, y cuando Carla se liberara de la sesión de estudio en la que estaba con Diego, los cuatro volverían a ser el grupo de antes.

Además de hablar de lo ocurrido ayer, también estaban buscando la forma en la que el músico pudiera tocar enfrente de toda la universidad. Los otros dos chicos lo estaban incentivando y buscaban con la mirada a Ander para que pudiera llegar al acuerdo y darle el visto bueno a su amigo. Félix les marcaba a los integrantes de su banda para que llegaran a la universidad lo más pronto que pudieran.

―Quizá tú también subas y cantes un poco ―alentó Manuel, siendo correspondido por una pequeña sonrisa del menor.

―Tampoco nos vengamos arriba que solo lo hice por esa noche y ya. Yo no tengo madera para ello ―dijo tomando un trago―. El cantante aquí es él, no yo ―aclaró señalando a Félix que estaba unos pasos lejos de ellos.

―Venga, Johan, ¿ni siquiera unos coros? ―Presionó una vez más, empujándole el hombro.

―Manuel, no insistas ―advirtió en un suspiro por ocultar la sonrisa tímida.

―Va, no te presionaré. Pero, si voy un día al bar, ¿cantarías algo? ―Insistió.

Manuel era muy persistente. Si se lo proponía, lograría convencer a alguien de hacer lo que fuera con tal de que no lo hostigase más; eso tenía en común con Félix.

―Tío, era todo tan fúnebre que daba pena ―comentó con gracia―. Además, no sé si se pueda y creo que tú tampoco. Eso ocurrió en la madrugada.

―¿Qué insinúas? ―Preguntó tomando un trago.

―Yo no insinúo nada. Solo me preguntaba, ¿por qué sigues aquí? Me sorprende que tus padres no hayan venido ellos mismos a buscarte.

―Les dije que iba a estar en la casa de un amigo acabando un trabajo, solo por eso último me compraron la mentira ―contestó con un deje de gracia y fastidio por recordar―. A veces pueden llegar a ser muy pesados.

―Son controladores, pero porque te quieren.

―Eso ya lo sé, pero, mierda, tengo veintitrés años, creo que un poco de libertad me merezco de vez en cuando ―se quejó tomando un gran trago de la cerveza. La acabó y abrió una nueva con ayuda de sus llaves.

Southern Souls. (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora