Capítulo V: Éxtasis.

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V

«ÉXTASIS»

«Para todo problema humano

hay siempre una solución fácil,

clara, plausible y equivocada».

Henry-Louis Mencken

Cuando empiezas a vivir una mentira no sabes diferenciar la realidad. Cuando las mentiras traen problemas no sabes cómo afrontarlos, porque piensas que con más mentiras todo se solucionará. El problema es cuando piensas en el mal que hiciste y te das cuenta de que con decir mentiras no bastaba. La situación se hizo más grande y desencadenó en algo que no parecía tener solución.

Marina entendió que sus mentiras y disfraces no iban a ser para siempre y que al final de la calle estaría esa persona que le daría su merecido, o en este caso, estaba a la salida de su salón con su mirada fría. Una vez más, las dos miradas diferentes se unieron, solo que esta vez cara a cara. Una llena de pánico y la otra con seguridad de sus acciones. Marina sabía que esto terminaría pasando, durante todo el trayecto en la moto de Diego estuvo pensando si era una buena idea asistir hoy a la universidad y más cuando estaba teniendo un mal presentimiento. Hubiera preferido quedarse en su lugar, escribiendo una nueva historia para el periódico de la universidad de la próxima semana, que estar cara a cara con el destino.

―Bien, dime lo que sea que me haga olvidarte y no llamar directamente a la policía por ladrona ―anunció la rubia, con brazos cruzados y un leve maquillaje natural.

―Siendo sincera, no tengo nada para defenderme ―musitó con vergüenza.

―¿Lo estás admitiendo tan tranquila?

―Acaso hay duda de eso ―resopló. La rubia no entendió el comportamiento de la pelirroja, le era bastante inusual.

―Mira, al menos debes tener una razón para eso. Imposible que no la tengas, a menos claro que seas cleptómana, pero eso no tendría sentido de porqué te quisiste pasar por mí ―la rubia se había recostado en la pared, temiendo que si Marina llegase a hablar, tendría un buen argumento y llevaría algo de tiempo decirlo.

La pelirroja dudaba en si decir la verdad. No quería recurrir a eso y que la otra chica se pensase que le estaba contando eso para generar lastima, pero Marina no encontraba qué otra cosa más para contar: era verdad que lo hizo para ayudar a los pobres que no tenían mucho.

―Trabajo en La Casa de la Esperanza del sur. Bueno, no solo trabajo allí, vivo y crecí ahí; es mi hogar ―confesó con voz seca―. Durante todo el tiempo de mi niñez que pasé bajo ese techo, mientras iba a la escuela pública, me daba cuenta de lo mal que estábamos y que personas como tu padre nos dieran la espalda y prefirieran darle dinero a personas y organizaciones que no las necesitan del todo me daba rabia ―espetó―. Me daba muchísima rabia. Así que eso hago, le robo a los que tenéis más para darle a los que no tenemos en qué caernos muertos.

―Perdona, pero no sabía eso ―la chica pareció mostrar interés, y a su vez, algo de culpa que Marina desconocía el porqué del sentimiento―. De verdad que lo siento.

―Ahora lo sabes ―rendida, Marina aceptó su destino, recostándose en la pared también y esperando que la policía llegase―. Me imagino que ahora llamaras a los polis para que me encierren.

―La verdad es que no ―la cabellera rubia dejó de estar recostada. Pasó de ser una persona fría y superior, a mostrar emociones y decidir ser empática con las situaciones que nunca vivió, pero siempre escuchó―. Me intriga saber más de esa vida, es cierto que no pertenezco a ese lugar, pero me gustaría verlo.

Southern Souls. (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora