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CAPÍTULO 2

—¿Se puede saber porque hay un Mercedes aparcado delante de nuestra casa tocando el claxon como si se le fuera la vida en ello?

La pregunta de mi hermano consigue que palidezca. Me mira de brazos cruzados, aún con el uniforme de trabajo. Acaba de llegar del turno de noche en una empresa del centro y lo primero que se ha encontrado ha sido el coche de Thiago aparcado frente a casa y avisando de que o salgo yo o entra él por las malas. Al menos, eso último decía en el mensaje.

—No lo sé—me encojo de hombros, haciéndome la tonta. Jeremy enarca una ceja y no se aparta de la puerta—. Mejor llama a la policía, seguro que quiere secuestrarme.

—Deberíamos tener una larga charla sobre métodos de secuestro—entrecierra los ojos—. Me da la sensación de que un chico ha venido a recogerte para ir a clases y no quieres que lo sepa.

Mi hermano se acerca a mí con grandes zancadas. Me da un suave empujón con el hombro.

—Vete ya o tendré que salir a decirle que se esté quietecito antes de que despierte a todo el vecindario.

Le dedico una sonrisa cargada de vergüenza y me cuelgo la mochila al hombro. Mi hermano me sacude el pelo, despeinándome más de lo que ya estoy porque ni siquiera me ha dado tiempo a pasarme el cepillo.

Anoche, Thiago me dijo que pasaría a por mí para llegar al instituto juntos. Aunque le dije que no era necesario porque vivo a diez minutos caminando, hoy se ha presentado aquí. Le mando un mensaje a Félix diciéndole que nos veríamos ya allí, y aunque su respuesta sean millones de preguntas para saber la razón, me obligo a no responderle porque no me da tiempo.

Le beso la mejilla a mi hermano y salgo de casa corriendo. Veo a Thiago fuera del coche, esperándome apoyado en el. Se cruza de brazos cuando me ve y en cuanto me acerco, señala con su dedo índice su muñeca.

—Te dije que estaría aquí a las ocho y veinte—comunica. Intenta parecer molesto, pero la sonrisa le delata—. Ya entiendo porque Félix y tú siempre llegáis tarde.

—No siempre llegamos tarde—le reprocho.

—Casi siempre, entonces.

Abre la puerta del copiloto y entro soltando la mochila a mis pies. Rodea el coche y se monta de un salto, ni siquiera se molesta en ponerse el cinturón hasta que no está de camino.

—No hacía falta que me recogieras—me miro en el retrovisor y empiezo a trenzarme el pelo.

—Hay que hacerlo realista—estira la mano y le da play para que empiece a sonar cualquier canción—. Un trato es un trato.

Mientras termino la trenza y le pongo la goma para que no se suelte, escucho la canción. De hecho, no es una canción cualquiera. Es la canción.

—¿También te gusta 5 Seconds of Summer?

—Nunca los había escuchado —se encoge de hombros—. Lo he puesto porque ayer dijiste que te gustaba.

¿Prestó atención a lo que le dije? Lo miro sin palabras. Se remanga las mangas del jersey azul marino que lleva puesto hoy y conduce con tranquilidad. Y yo intento actuar como si el corazón no hubiese dado un pequeño salto en mi pecho.

—¿Qué? —pregunta. Se ha dado cuenta de que estoy mirándole.

—Nada.

—¿Qué te sorprende? —frena en un semáforo.

Aparto los ojos a los niños que cruzan la carretera de la mano de sus padres. Ahora es el turno de Thiago para mirarme.

—Nada, nada.

Hasta que el hilo se rompa (CORRIGIENDO) [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora