Los lentes de sol hacían las cosas particularmente difíciles. Aún mas en la tenue luz del interior de la sala de café, en un día nublado. Si hubiera tenido algo de base, me hubiera tomado la molestia de intentar cubrir la obvia piel rosa-violeta debajo de mis ojos, pero jamás se presentó la ocasión que me demandara comprar maquillaje. Y ni siquiera Sephora conseguiría entregar lo suficientemente temprano al día siguiente. Lo sé, revisé el sitio web.
Los efectos del desvelo comenzaron a presentarse cuando intentaba batir el azúcar en mi café. Con seis sobres, probablemente entraría en coma diabético antes de que alguien pudiera preguntar por mis lentes.
—¿Qué hay con los lentes?
Me lleva el diablo. Mi mano se resbaló de la manera más aparatosa humanamente posible y se llevó consigo la taza de poliestireno. Todo el café oscuro y asquerosamente dulce se derramó por la blanca superficie de mármol. —Jodida mierda.
—Guau, ¿No es una buena mañana?
Rodé los ojos tan duro que me causó migraña, mientras alcanzaba un puñado de servilletas. —En absoluto, doctor, la jodida mejor mañana de mi puta vida.
—Hey, calma, solo preguntaba.
Arrojé el montón de papel húmedo a la basura y acabé de limpiar el desastre. Estaba cansada, iracunda, y baja de azúcar. No tenía tiempo para sus intentos de charla. —Bien, no preguntes entonces.
No me molesté en dar una mirada en su dirección. Sabía que tendría esa mirada de cachorro regañado. Ignorante de que sabía su maldito sucio secreto.
Me preparé otro café, murmurando toda clase de improperios bajo mi voz. Me bebí toda la cosa de un trago antes de desechar el vaso a la canasta. Salí de la pequeña sala, dándole una última frase al doctor:—Se acabó el azúcar.
Pasé la mañana evitando al resto del equipo maravilla, oculta detrás de una pila de archivos que necesitaban ser revisados. Por las miradas que me comenzaron a dirigir Jennifer y Derek después del altercado de la cafetería, supuse que Reid les había ido lloriqueando con el chisme.
Para el almuerzo, tenía también a Penélope y Rossi respirándome en el cuello, y de repente toda la unidad de perfiladores estaba intentando descubrir que estaba mal con el dulce ángel de cabello rojo.
Al diablo con ellos. Yo también podía poner una buena cara de poker.
Me mantuve serena cuando sentí a alguien acercarse por detrás. —Oye, ¿Quieres ir a almorzar?
Decidí que nadie más era culpable por mi enojo, además de Spencer. Especialmente no Penélope. Sonando tan calmada como me era posible con la migraña, le dije:—No, realmente no tengo hambre.
—Vamos, hay un lugar muy bueno que tiene burritos enormes a unos diez minutos. —Insistió.— Incluso podemos hablar de lo que te molesta.
—Nada me molesta, Penny.
—¿Es una resaca? Porque si es una resaca podemos ir a este otro lugar que tiene jugos de fruta, y hacen uno de tomate que es como el Santo Grial de los remedios para resaca.
—No es una resaca, Penélope.
A pesar de mis respuestas cortantes, ella siguió intentando. —Oh, ¿Es un muchacho? No sabía que tenías novio. Si el chico te rompió el corazón puedo buscar algo sucio sobre él y publicarlo en Facebook o en algún otro...
—¡Suficiente!
No me di cuenta en qué momento me levanté, o cuándo me quité los lentes oscuros, pero el dolor pinchaba mi sien y mis párpados se sentían pesados como rocas. —Córtalo, por favor.
—Carters.
—Mierda. —murmuré, volviendo la cabeza hacia el jefe de unidad, Aaron Hotchner, quien convenientemente estaba de pie junto a la razón de todos mis males. El maldito diablo vestido de chaleco y corbata.
—A mi oficina.
Reid no se movió de donde estaba mientras me acercaba a Hotch. Solo estaba ahí de pie, mirando, creo, lo pronunciado de mis ojeras. O quizá las llamas que salían de mis ojos.
Pasé junto a él, mirándolo como un matón con quien se las verá a la salida. Entré a la oficina de Hotchner y me mantuve de pie, con la espalda recta y los brazos cruzados. Hotch entró un segundo después, cerrando tras él.
—¿Qué fue eso?
Apreté la mandíbula. —No me gusta ser interrogada cuando estoy ocupada, señor.
—Técnicamente, están en horas de descanso, y estoy seguro que García es la menos capacitada para ejercer un interrogatorio.
Ahora intentaba ser el jefe amable y empático. Tampoco estaba de humor para eso. —También es seguro que usted conoce lo persistente que puede ser, señor.
En silencio, Hotchner me rodeó hasta quedar de frente a mí, apoyado contra su escritorio con su usual expresión de intriga. No obtendría mucho de mí, de cualquier manera. Estaba tan cansada de todo que firmaría una carta de renuncia solo por ir a casa.
Se mantuvo callado, esperando que colapsara en llanto mientras le sollozaba acerca de todos mis males y frustraciones. Podía esperar sentado. No me rompería frente a alguien en un largo tiempo.
Finalmente, cansado de esperar, habló. —Bien, solo mantenga su tono de voz al mínimo y su temperamento al margen. Esto es una oficina del FBI, no un pasillo de secundaria.
Dígale eso los demás, por favor. —Si señor.
Sin esperar una despedida, salí de la oficina como una bala, directo a mi escritorio.