13. Whispers.

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Un par de días parecieron pasar como una exhalación contenida. Mis botas sonaban como herraduras de un pura sangre contra el brillante suelo de mármol. Me detuve frente a la estatua de Abraham Lincoln, preguntándome si todas las mentes brillantes escondían secretos sucios. También me pregunte si Abraham Lincoln escuchaba voces que juzgaban cada una de sus decisiones. Soplé aire caliente desde mi boca a mis palmas y las froté, los guantes delgados no hacían demasiado para protegerlas del frío que cortaba como cuchillas. Pensé en el corte sobre mi ceja y mis dedos siguieron el camino de mis pensamientos, tocando la delgada banda blanca que se adhería a mi piel, manteniendo el corte cerrado en una fina línea rosada. Ya no dolía, y la cicatriz apenas era visible, pero el recuerdo había quedado grabado en su mente como fuego, igual que una cruel maldición antigua.

Una óptima memoria tenía más contras que pros.

Me había reunido con la doctora Brennan en el Jeffersonian, encantada de ver que tenía una hermosa hija con su compañero Booth. Ellos eran una pareja adorable. Hechos el uno para el otro.

No puedes hablar en serio.

Llevé mis manos a mis orejas y presioné, esforzándome por no escuchar.

Ni siquiera lo pienses...

Cerré mis ojos con fuerza.

Silencio.

No puedes callarme, no eres buena, no tendrás una familia, serías una madre terrible, y sus genes... El pobre niño acabaría loco, sin amor...

¡No sigas!

...¡Igual que tu!

Coloqué mi frente contra un duro y helado muro, que se sentía como un témpano de hielo contra mi cabeza. El cabello se amontonó alrededor de mi cuello, acariciando los vendajes que se alineaban en mi garganta, como un cruel recordatorio.

Pude sentir que las personas me miraban, posiblemente susurrando acerca de la demente pelirroja.

¡Te miran porque estás loca!

Una lágrima solitaria hizo su salado camino por mi mejilla y hasta mis labios que se apretaban por contener un sollozo.

Estoy loca.

Las personas normales no escuchan voces, las personas normales no son calculadoras andantes, ni libros con labios. Mamá me detesta, papá quería un varón. Soy un fracaso.

Limpié mis lagrimas con el dorso de la mano y caminé con la mirada baja por los jardines un rato más, observando como los cordones de mis botas de deporte se desataban lentamente, encontrando su camino fuera del débil nudo.

Para alejar las voces, me concentré en todo lo que la doctora Brennan me había enseñado esa mañana frente al cadáver descompuesto sobre la mesa de metal estéril.

¿Por qué me preocupo tanto, si al final todos acabaremos igual?

Cenizas a las cenizas, polvo al polvo.

Sentí el familiar zumbido que comenzó en mi lóbulo parietal y se extendió hasta que lo sentí como un susurro intenso. Al final tendría que hablarle a alguien acerca de las voces, pero esperaría hasta que fuera el último recurso en una larga lista de malas excusas.

Tres semanas desde el desastre con Wright pasaron, y yo me sentía más a gusto alrededor del equipo de Sweets que incluso rodeada de investigadores. Todo era más simple cuando se trataba de cadáveres, y no de personas vivas. Con los muertos no corres el riesgo de conseguir que alguien más acabe en su tumba, ¿verdad? Solo queda encontrar pruebas enterradas entre carne y hueso, y luego entregarlos a los verdaderos heroes. Los que llevan sus placas y sus armas. Los que pueden correr para salvar una vida y no caer en el intento.

Tres semanas junto a la doctora Brennan me enseñaron que quizá mi lugar no estaba entre los vivos.

Fear of the Dark continuará, mis amados lectores, y también lo hará What Is Coming, y, pronto, mi nueva novela, Avengers: Secret Wars, porque estoy oficialmente graduada del instituto y en paro hasta entrar a la universidad en enero, ¡Yupi! Así que disfruten.

Fear of the Dark - Spencer Reid.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora