8. La serpiente negra

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Los primeros segundos, me mantuve quieta, con los sentidos alertas, expectante de esa criatura que me acompañaba, la serpiente negra, que había salido del cuerpo de Cameron de manera sobrenatural. Si no hubiera visto todo lo vivido hasta el momento, seguramente pensaría que se trataba de una alucinación. Pero comenzaba a creer, que el mundo no era tan real como creía, tan racional... había algo más, había cosas que no podía ver ni entender, pero estaban allí. Siempre estuvieron allí, sólo que yo no quise verlas. Y ahora ya era demasiado tarde, me habían absorbido y llevado a su mundo, sólo porque quise mantenerme ciega.

Al no poder estirar los pies del todo, estos comenzaban a entumecerse. Intenté mover mi cuerpo buscando una posición más cómoda, pero al momento de hacerlo, la serpiente, que se había mantenido inmóvil en mi hombro, pareció despertarse y reptó, se deslizó en dirección a mi cuello. Comencé a retorcerme cuando vi que no parecía querer detenerse, y cada vez ascendía más y más, hacia mi rostro. No podía verla, pero podía sentir sus ásperas escamas raspar mi piel al deslizarse alrededor de mi cuello, y cuando más intentaba alejarla con los dedos, esta más se ceñía a mí, al punto de que el aire comenzó a escasearme. Sentía como mi esófago se hacía más pequeño, impidiéndome tomar más aire. Incluso golpeé a la serpiente, e intenté arrancarla con mis uñas. Pero era en vano, ella se volvía aún más constrictiva.

La serpiente me miró fijamente, muy cerca de mi rostro, si bien estaba oscuro, sus ojos brillaron en las sombras como un reflejo del infierno, y abrió la boca en una amenaza, dejando escapar un chillido agudo. Su lengua bífida me rosó una mejilla y eso hizo que me estremeciera del terror.

Me estaba quedando sin aire, si no lograba que me soltara, iba a matarme. Moriría pronto, lo sabía al sentir como mis pulmones quemaban en una rogación por oxígeno. Abría la boca, intentando obtener, aunque fuera una mísera porción de aire, pero era imposible, mi tracto estaba completamente cerrado, y dolía, dolía como los mil demonios.

Su cuerpo se cerró aún más en torno a mi cuello.

Abrí la boca con fuerza, pero ni así podía tomar aire. Sentí que moriría, que la serpiente negra se llevaría mi vida. Mi garganta y cabeza comenzó a quemar, y cuando creí que desfallecería, que ella ganaría la pelea, recordé las palabras de Cameron.

— No te preocupes, le he ordenado que no te mate — había dicho —, pero si gritas y la molestas mucho, puede que te muerda.

Intenté calmarme, reteniendo aquellas palabras en mi mente.

Ella no puede matarme.

Ella no puede matarme.

Ella no puede matarme.

Repetí aquellas palabras un centenar de veces, intentando que se gravaran en mi inconsciente para que mi instinto de supervivencia dejara de luchar contra ella.

Con esfuerzo, despejé mis dedos de sus escamas y los dejé caer de lado. Procuré mantenerme inquieta, cosa que fue sumamente difícil, ya que la serpiente no aligeraba la constricción ni un poco.

Hice un gran esfuerzo, sentía que me moría, pero me mantuve inmóvil, dejándola matarme de aquella manera, robándome el aire entero, el poco que había en la caja.

Puede que Cameron mintiera y que la serpiente si fuera a matarme, pero en ese momento no tenía nada más que mis esperanzas y mi fe puestas en ese hombre y en lo que había dicho. Entre pelear o dejarme morir, puede que la mía no fuera la más inteligente, pero había aprendido que hasta el momento pensar de manera racional no me había servido. Así, que comprendiendo y depositando mi vida en la serpiente, esperé a que las palabras de Cameron fueran ciertas, por más irreales y descabelladas que sonaran.

Luego de varios segundos de mantener la inmovilidad, la serpiente, contra todo pronóstico y comportamiento natural, comenzó a desenredarse de mi cuello, se deslizó por mi piel, soltando mi conducto de aire, dejándome, por fin, recuperar el aliento.

Tomé una bocanada grande de oxígeno, pero intenté regular mi respiración de manera veloz, no quería que mis movimientos agitados de pecho volvieran a molestar a la serpiente.

La criatura se calmó cuando yo también lo hice y pareció dormirse sobre mi pecho una vez más, como estuvo en un principio.

¿Qué diablos estaba sucediendo?

¿Cuánto más duraría esta tortura?

No podía esperar para que abrieran la puerta de la caja y por aquella abertura entrara algo de luz lúgubre, incluso, no me importaría que del otro lado de la caja me encontrara con esa asquerosa mole que llamaban Glotón, incluso, puede que tampoco me importara encontrarme con Malcolm. 

AngelusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora