26. Lago de sangre

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Cuando sus dedos hurgaron sobre mi piel, fue cuando ya no lo soporté, esa repugnante sensación causada por una mano caliente, de yemas hirviendo tocando mi fría piel, fue demasiado. Quité las sábanas de encima que me cubrían y salí de la cama, casi en un salto veloz.

Caminé, dando pasos hacia atrás, me negaba a darle la espalda a ese hombre una vez más. Él se encontraba todavía sobre la cama, con su mano en alto, donde antes se había encontrado mi pierna. Me miró, primero, sorprendido, pero su mirada, mutó, gradualmente, a una alicaída. Como si algo le decepcionara.

— ¡¿Qué diablos hacías?! — le cuestioné, apretando mi pecho con una mano, y mis muslos con la otra, como si ese simple gesto pudiera protegerme del peligro.

Los ojos marrones del hombre, aquellos que me parecían injustamente similares a los de María, se elevaron para verme, desde allí, desde abajo. El blanco de sus ojos se pronunció por debajo de sus iris, dándole un aspecto aterrador y perverso.

Pasé saliva dolorosamente, y me atuve a su respuesta.

— Yo... yo sólo... — intentó buscar una excusa coherente, pero no importaba lo que pudiera decirme, nada lo validaría —. Es que el diván es muy incómodo, no podía dormir...

Entrecerré los ojos con furia, y dejé de cubrirme el cuerpo, sólo para formar mis manos en dos puños. No podía creerlo, estaba mintiéndome descaradamente en la cara.

— Eso puede creérselo una niña, pero yo no — dije, y sentí como algo muy oscuro bullía dentro de mí, buscando un lugar por dónde salir, por dónde liberarse —. Sé lo que le hiciste a tu hija — le confesé, ya dejando de aparentar, ahora lo miraba libremente, con todo el odio y rencor que le guardaba, sin preocuparme de que estos se reflejaran en mi rostro —. Eres un ser despreciable... — dije, con la grima cargada en el matiz de mi voz, tanto, que mi lengua supo a hiel amarga y cortante.

Mi compañero, procedió a sentarse sobre el colchón, y mostró una expresión afligida, pesarosa, sus ojos cayeron hacia abajo, como si hubiera escuchado una verdad que le pesara.

— Lo siento, soy un monstruo..., lo sé — lo escuché perpleja, como admitía haberse aprovechado de la pequeña.

— ¡Era una niña! — le recriminé. No podía soportarlo. Las lágrimas ardieron en mis ojos, amenazando con quebrar mi voz y mi visión con una lluvia de llanto.

— Lo sé..., ¡lo sé! — gritó, y se llevó ambas manos al rostro, con frustración, en una actitud nerviosa, incluso vi que se clavó las uñas en la piel de su faz, ocasionándose unas heridas en forma de media luna —, pero... pero... pero...

Comencé a temblar cuando entendí que este hombre estaba comenzando a actuar como un lunático. El hombre arrastró las uñas por su piel, dejando un surco rojo y de piel levantada a su paso, y clavó sus ojos en mi cuerpo. Tragó ruidosamente y se relamió los labios con su lengua cargada de espesa saliva.

— Pero... — retomó sus palabras, comenzando a deslizarse por fuera de la cama, hasta depositar sus pies, uno a la vez, sobre el suelo de madera oscura —, pero no puedo evitar actuar así — comienza a caminar en mi dirección. Yo doy pasos hacia atrás, a medida que él se acerca perversamente, sin dejar de recorrer mi cuerpo con sus ojos, de manera hambrienta —, no puedo ignorar el deseo, mi apetito de someter...

Y se lanzó sobre mí.

Sus dedos se cerraron sobre mis brazos. Grité a causa del dolor causado por su brusco agarre. Mi cabello se agitó violentamente, cuando el monstruo me aventó con fuerza de vuelta a la cama. Y luego gateó sobre mi cuerpo.

— ¡No por favor! ¡Alguien ayúdeme!

— Si te portas bien, será menos doloroso... — dijo propinándome una bofetada en el rostro cuando intenté escaparme de sus brazos.

AngelusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora