Había una persona parada en lo alto de una colina, muy lejos de mí. Esa persona tenía enormes alas blancas que brillaban de manera aterciopeladas al golpe de la luz. ¿Ese ser acaso era eso que llaman ángeles? Había visto pinturas de algunos en la catedral que tenía cerca de mi casa, pero como nunca fui una persona de Iglesia, no sabía nada de esos seres, más que son alados y hermosos.
Aquella persona, que parecía estar hecha de luz, generó una extraña intuición en mí, una influencia que me movía. Un motivo de paz, de luz y de algo que se movió en mi sangre. Mis pies comenzaron a andar por sí solos. Caminé en dirección a esa colina, intenté subirla, siempre siguiendo ese extraño llamado que provenía desde mi interior, pero, no importaba cuanto caminara, parecía que yo seguía en el mismo lugar, allí abajo, en el final de la ladera, dónde era oscuro y frío. Aquel ángel, rodeado de un aura esplendente, parecía inalcanzable para mí.
Pero, no me di por vencida tan fácilmente. Comencé a correr, a escalar de manera desesperada. Quería llegar a ese ser con alas. Era una tarea imposible, no avanzaba ni un metro más cerca.
De repente, aquella figura de ángel, se giró. Mis pupilas se dilataron a causa del reconocimiento y mi boca cayó involuntariamente, ahogando un grito de sorpresa. Mi corazón latió con fuerza a causa de la impresión del rostro de aquel ser. Había visto su rostro una millonada de veces, todos los días, frente al espejo. Era yo.
Yo era el ángel.
Apoyé mis manos sobre la ladera, convencida de intentarlo una vez más. Quería llegar hasta mi yo ángel, pero mis pies, esta vez, no me respondieron. Sentía que algo me presionaba los músculos de las piernas.
Miré hacia abajo, y me encontré con una sombra humanoide que tenía mitad del cuerpo inmersa en la tierra negra, me ceñía el tobillo con garras negras y puntiagudas, imposibilitándome así, continuar subiendo.
Grité con fuerza, pero de mi boca no salió sonido alguno. Intenté desembarazarme de aquellas zarpas, pero una segunda sombra sin rostro emergió del suelo y me tomó el otro pie. Cuando intenté alejarlas con las manos, otras sombras humanoides me apresaron de las muñecas. Me revolví, peleé y grité, pero todo eso empeoraba el agarre de aquellas horribles figuras.
Levanté la vista una vez más. Mi versión ángel se encontraba inmutable, tan lejana e inalcanzable. Extendí una mano en su dirección, pero la distancia entre nosotras sólo se acentuaba más.
De repente, comencé a sentir como mi cuerpo se enterraba a mis pies. Las sombras me estaban llevando con ellas al abismo, al subsuelo. Intenté alcanzar al ángel allí en lo alto, pero la oscuridad me absorbió por completo.
Abrí los ojos con desespero e intenté dar una bocanada honda de aire, que me supo insuficiente. Entendí lo que me sucedía cuando mi espalda chocó contra una pared de madera.
Aún seguía en la caja. ¿Cuándo diablos me había dormido?
Un estremecimiento de terror pasó por mi piel al recordar aquel extraño sueño y en lo que, posiblemente, significaba. Pero intenté alejar esa sensación, centrándome en lo que me sucedía en ese momento.
Sentía todo el cuerpo entumecido. Cualquiera diría que ya debería estar acostumbrada, pero no..., no importaba cuantas veces me metieran en una caja, me privaran de movilidad, me obligaran a permanecer en posición fetal, nunca podría acostumbrarme, mi cuerpo se aquejaría, punzaría de dolor una y otra vez. Y mi mente seguiría resistiéndose a ser embullada por las sombras.
Tener la espalda curvada, el cuello contraído en dirección a mi pecho y las piernas dobladas contra mi estómago, durante prolongadas horas, sin ser capaz de estirarme o siquiera de cambiar de posición, era una congoja larga y lenta, en la que comenzaban primero las punzadas de una pequeña molestia para terminar en espasmos dolorosos y agonizantes.
Y en la caja que me encontraba ahora, era algo más pequeña y compacta que la anterior, por lo tanto, cada dolencia y molestia se multiplicaba por dos.
No era solo el cuerpo lo que me dolía, también lo hacía mi cerebro al no dejar de dar vueltas.
Ahora que estaba despierta, no me podía sacar a aquella pequeña niña de la cabeza: María.
Pasaba todo el tiempo en la caja pensando en la seguridad de aquella niña que había pasado a convertirse en mi compañera de celda.
¿Cómo haría en las noches, encontrándose sola con sus pesadillas?, ¿cómo haría si no estaba yo para disiparle aquellos sueños aterradores con un abrazo y un arrullo fraternal?
Era extraño, pero había descubierto, en los últimos días, que María lograba dormir pacíficamente si antes de acostarse, yo la abrazaba y la tranquilizaba con palabras.
— Estoy aquí. No tengas miedo. Son sólo sueños, nadie puede lastimarte allí — le recordaba, ya que parecía incluso desarrollar una fobia inexplicable por caer en las ilusiones de Morfeo.
Luego de la ardua tarea de repetirle, una y otra vez, que nada de lo que viera cuando cerrara sus ojos era real, y que no debía olvidar que yo estaba allí a su lado, lograba dormirse.
Pero eso no era lo único que me preocupaba: si yo no estaba allí para compartir mi comida con ella, ¿quién más lo haría? Nadie le llevaría comida en mi ausencia. De eso estaba segura. Y una niña de su edad no debería saltarse las comidas.
Apreté los dientes con fuerza, incluso sentí mis ojos picar. No estaba segura si mis deseos de llorar nacían del dolor que me recorría el cuerpo entero o si residía en aquella niñita que ahora se encontraba sola en esa habitación, sola contra mis secuestradores.
El que más miedo me daba de todos ellos, era ese tal Glotón. Tenía miedo que le hiciera algo a María en mi ausencia.
Ese obeso mal oliente me daba muy mala espina.
No estaba segura, exactamente qué podría hacerle, pero de lo que sí estaba segura, era que no se trataría nada bueno.
Ese hombre, no, esa cosa no era un hombre. Era un animal, una bestia..., un monstruo, que nos miraba a María y a mí de manera baja y primitiva, como si fuéramos sus presas. Como si quisiera...
Mis aciagos pensamientos fueron interrumpidos cuando escuché movimiento del otro lado de la caja. Agudicé el oído e intenté descifrar los sonidos exteriores. Una puerta cerrándose, pasos acercándose.
Los pasos se habían detenido, de repente.
¿Acaso se volvió?
No, no es así. A continuación, escuché otros pasos, y estos sonaban algo más pesados. Alguien más entró a la habitación.
Escuché voces.
Parecían tener una conversación importante, pero la madera percutía en el sonido y lo deformaba. Ni siquiera podía intuir de quiénes se trataba y mucho menos el motivo de discusión.
Esos pasos volvieron a escucharse, pero esta vez se oían cada vez más lejos, hasta que fue imposible escucharlos.
Pasaron unos minutos de silencio. Respiré hondo.
¿Estaba sola otra vez en esa habitación?
Mi respuesta llegó cuando la madera, que hacía de puerta en esa caja que odiaba, crujió en señal de que alguien la estaba manipulando.
Apreté los dientes con fuerza, antecediéndome a la baranda nauseabunda que me llegaría una vez que fuera liberada de aquel lugar. Pero, me sorprendí al descubrir que se trataba de Malcolm, y no de Glotón como estaba acostumbrada a ver, siempre desde el interior de aquella caja.
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Angelus
Paranormal*Advertencia* Angelus es la segunda parte de Daemonium. Puedes encontrar la historia en mi perfil.