Epílogo

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Había llantos y gritos. Eso me ponía la piel de gallina. Miré hacia la fuente de aquel molesto bullicio. Un mestizo débil, el que había cargado a Amanda y se había encargado de traer al emplumado rubio de vuelta, ahora lo intentaba contener con un abrazo a pesar de que él también se veía desecho por la pérdida.

El escribano se sostenía de la pared más cercana, seguramente se sentía culpable por haber sido él quien cerró la puerta por sus propios medios. Él los había dejado fuera, les había cerrado la salida. Al parecer aquellos dos mestizos eran bastantes estimados entre los ángeles.

El molesto emplumado se giró en mi dirección de repente. Estaba enfadado, pero no entendía por qué proyectaba su rabia contra mí. Estaba seguro que lo hacía para sentirse menos culpable consigo mismo.

— ¡Es todo tu culpa! — me gritó de repente, con los ojos enrojecidos, mirándome directamente. Su comentario no me sorprendió — ¡Los dejaste atrás...!

— No proyectes tus inseguridades en mí, ni tu culpa — lo interrumpí, antes de que siguiera despotricando contra mí — Eran tu responsabilidad, fuiste tú quien llevó a unos mestizos débiles a las entrañas del infierno, no yo — le dije.

Escuché exclamaciones de sorpresa por parte de algunos ángeles, al parecer mis palabras les habían parecido muy fuertes. Típico de los emplumados. Con tantos endulzantes, cuando debían enfrentar a la realidad, se daban cuenta que no eran más que seres débiles. La crueldad no debe llamársela por eufemismos, sino tal cual es, tan real como cruel. Y enfrentarla en todo su esplendor.

No permitiría que ese emplumado me utilizara para redimirse de sus propios errores. Lo mejor era que lo asumiera desde un principio y que no desligara sus problemas en los demás. Sus problemas eran suyos, y yo no estaba dispuesto a ayudarle con ellos.

Me sorprendí al ver que el emplumado apretó su puño lleno de tensión. ¿Acaso va a golpearme?, ¿un ángel?, eso sería interesante de ver...

De repente, su brazo se relajó y deshizo el puño, aflojando sus dedos y muñeca. Ah, por supuesto que no lo haría. Los ángeles siempre tan correctos, tan aburridos.

Estuve a punto de mofarme de su triste intento de agresión, pero sentí, de repente, que alguien se colgó de mi brazo.

— ¡Malcolm, estás aquí, pensé que morirías! — miré al culpable de interrumpir aquella pequeña rencilla. Al parecer, el pequeño incubo había logrado cruzar a salvo. Me alegraba eso, pues el demonio no era tan molesto como el resto de emplumados aquí presentes.

— Suéltame, afeminado, por supuesto que estoy bien — le dije, sacudiendo mi brazo para que me soltara.

— Increíble, ahora no sólo tendremos que lidiar con un demonio, sino que con dos — se quejó uno de los mestizos, el que parecía cercano al emplumado. Desde aquí pude oler en él la sangre de Miguel, pero es algo lejana.

— No finjas que no me soportas. Te recuerdo que Cronos vio a través de tu interés por mí — le recordó el pequeño. El mestizo colocó un gesto de asco, bastante exagerado —, pero no necesitas a Cronos para tenerme, me agradas... — le dijo Jared acercándose a él entusiasmado, haciendo alusión a su tentación.

— Ah, ya cállate demonito — le respondió sosteniendo la expresión de disgusto.

— ¿Sabes? — agregó acercándose coquetamente —, que me llames demonito me pone...

— ¡Qué te calles! — Jared lo miró y sonrió entusiasmado, a pesar de que acababa de ser insultado. Típico de los íncubos, son estúpidamente enamoradizos. Supongo que tendría que cuidar de él para que no saliera herido, pues el mestizo no se veía muy entusiasmado con la idea de un romance con el pequeño.

AngelusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora