Nos encontrábamos rodeados de libros, los habíamos abierto de par en par sobre el extenso escritorio, e inmiscuido entre sus letras, con la esperanza de encontrar otro camino al infierno, una segunda puerta.
Raguel estaba sentado a mi lado, ambos ante el escritorio. Había dejado los libros más difíciles para él, ya que era el más inteligente de nosotros, incluso sabía hablar lenguas muertas.
Así, Andrei y Mayo se encargaban de buscar entre las centenas de hileras de la biblioteca de mi padre, extrayendo los libros que, a sus criterios, podrían sernos de alguna ayuda, mientras nosotros nos dedicábamos a leerlos y juzgar su información por relevancia.
Cerré el tomo con una expresión fastidiosa. No había nada importante en ese libro. Me sentí impotente ante las horas perdidas que les había dedicado a esas páginas, todo en vano.
Iba a quejarme con mi amigo, sobre que a este paso no encontraríamos nada, pero no pude abrir la boca cuando vi la expresión que él tenía en el rostro. Sus ojos se veían inquietos, era evidente que no estaban concentrados en lo que había sobre las páginas, sino en un pensamiento interior en él, algo que le robaba la concentración.
— ¿Qué sucede? — interrumpí para saber en qué estaba pensando. Si él no podía concentrarse, yo tampoco podría hacerlo porque estaría preocupándome por él.
— ¿Eh? ¿A qué te refieres, Chris? — fingió inocencia.
Hice una mueca con la boca, una de disgusto, porque mi amigo intentaba ocultármelo.
— No puedes engañarme, te conozco bien. Así que ahora dime qué tienes.
Raguel suspiró derrotado, entendiendo que no tendría caso si su intención era que lo dejara allí y fingiera que no había notado que le sucedía algo.
— Creo que estoy enamorado...
Sus palabras fueron como un golpe fuerte en medio de toda mi frente. De su boca hubiera esperado escuchar cualquier cosa, incluso las peores noticias, pero nunca esto.
— ¿Crees?
Raguel, negó, entendiendo que había dicho algo absurdo.
— No, no creo. Estoy seguro de eso — y levantó los ojos para verme fijamente. Estaba sumamente serio.
— ¿De quién?
— De tu prima.
Casi me ahogo con mi propia saliva a causa de la impresión. Tuve que toser un par de veces para liberar mis pulmones.
— ¿De Mayo? — pregunté, aún sin poder creerlo. Era increíble. Mi amigo, Raguel, tenía sentimientos por aquella pequeña chica seria.
Raguel volvió a suspirar, como si hubiera algo en su interior, un sentimiento allí resguardado, que le pesara.
— Sí..., siempre pensé en mantener mis sentimientos para mí mismo, pero luego de todo esto, con la guerra que se avecina, no puedo dejar de preguntarme: ¿de qué me sirve esconder estos sentimientos si al final morimos?
Fruncí el ceño al escuchar sus palabras. Su falta de esperanza me asustaba. Se lo oyó tan convencido, desilusionado. Estaba resignado a que alguien debía morir. No, yo no quería creerlo así, me negaba a dejar morir a alguien de mis amigos.
— Nadie morirá — me miró, y yo insistí —. Por eso debes confesarte. Cuando todo esto termine, podrán estar juntos.
La mirada en Raguel, en vez de ser una sonrisa, fue un pequeño desliz, dejó caer su rostro un poco y me mostró, a través de unos párpados pesados, la mirada más temerosa y oscura que una vez vi en él. Pasé saliva forzosamente, no, él no era el único, él no era el único que era consciente que esta guerra podría llevarse la vida de varios de nuestros seres queridos. Yo también lo era, a pesar de que me obligaba a pensar lo contrario.
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Angelus
Paranormal*Advertencia* Angelus es la segunda parte de Daemonium. Puedes encontrar la historia en mi perfil.