23. Papá

72 11 5
                                    

Cuando escuché a la niña llamar a ese hombre de esa manera, fue como si un recuerdo en el fondo de mi memoria se activara. Entonces lo supe, supe dónde había visto ese rostro antes. Me vi a mí misma apuntando un arma hacia ese rostro, y Malcolm susurrándome en el oído para que decidiera apretar el gatillo. No era la primera vez que había apuntado mi arma hacia él. La primera vez fue para robarle, y la segunda en esta tétrica habitación del infierno.

Pasé saliva, aguantándome la bilis subir. Entonces tuve la confirmación que tanto temí descubrir esos días. Aquel monstruo que atormentaba los sueños de María se encontraba arrodillado frente a mí.

Ese cerdo, ese hombre era un...

Malcolm me lo había dicho antes, cuando me llevó a su tienda para robar, me dijo la clase de monstruo que era este hombre como padre. No, a este demonio no podría llamársele padre.

— Tómalo y mátalo — dijo mi padre, extendiendo levemente el arma en mi dirección. Yo miré aquel artilugio de la muerte con horror, luego mis ojos se dirigieron por reflejo a la pequeña niña, reducida en una posición temblorosa, mirando con temor, sin comprender su posición allí, pero yo algo entendí. Supe que esta vez mi castigo no tendría que ver con la caja, no, esta vez estaba María, pero ¿qué significaba su presencia?, ¿ella recibiría el castigo por mí?, ¿la meterían a ella en una caja?

Pasé saliva antes de contestar, cuidando cada una de mis palabras, pues, entendía que lo que podría suceder con María a continuación, recaía completa e íntegramente en mi boca.

— Entrégame el anillo o mátalo — insistió, y el reflejo del metal que sostenía entre sus manos brilló ante mis ojos como una llama macabra.

No, no podía, debía haber alguna manera de evitar todo esto. Estaba segura que mi padre me estaba probando.

— No puedo matar a un hombre — dije, intentando pensar en una solución. Talvez, podría proponer que iría a la caja voluntariamente y sin armar escándalo, y de esa forma María quedaría fuera de todo esto.

Antes de que pudiera proponer mi idea, el cañón del arma que sostenía mi progenitor, se movió bruscamente, hasta hundir su pico sobre la sien de María. La niña tembló asustada al sentir el frío metal sobre su piel. Incluso dejó escapar un grito agudo, que acalló de inmediato al percibir que eso sólo aumentaba la presión del arma sobre su cabeza. Era una amenaza que la instaba a mantenerse en silencio, como si no existiera, como si no fuera más que una herramienta o un peón sin alma o vida que importara.

Mi corazón se paralizó por un momento, pero se relajó, parcialmente, cuando no sentí llegar ningún disparo. Mi cuerpo entero, sobre todo en mis falanges, me atacó un sismo fiero e incontenible. Mis nervios me estaban traicionando y nublando la cordura, sin dejarme pensar con claridad. Ver aquella imagen, un arma sobre la sien de una niña tan pequeña, no podía pensar tranquila. Era un cuadro aterrador.

— ¡Espera! — dije, intentando detener fuera cual fuera la acción que mi padre se proponía sobre esa pobre y triste niña. Esa niña que se había ganado un lugar en mi corazón, que la había llegado a sentir una hermana, una familia a pesar de no compartir nada de sangre. Había formado un vínculo con una desconocida, en cambio, ese hombre frente a mí, ese a quién debía mi venida al mundo... no sentía por él nada parecido a algo familiar o cercano, no, todo lo contrario, me arrepentía mil veces de haberlo buscado, de haber deseado conocerlo alguna vez.

— Si no quieres que presione el gatillo y le vuele la cabeza a esta niña, ya sabes qué tienes que hacer — dijo, y en su rostro se formó una hilera de dientes con una sonrisa, que, por un momento, me parecieron puntiagudos y caninos, como una bestia de la noche.

AngelusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora