25 | Llorar sienta bien.

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"La misma historia, distinto protagonista." Pensé al recordar  a mi madre.

La mano de Audrey trazó círculos en mi espalda hasta que pude levantar la cabeza sin tener una arcada tras otra y ponerme a vomitar. Acababa de echar las dos botellas de Hennessy de una sentada. Sabía que me estaba mirando con preocupación lo cual era ridículo teniendo en cuenta las circunstancias.
Aunque sabía que era asqueroso, me limpié la boca en la manga del jersey antes de mirarla.

En mi mente sus palabras se repetían de forma continuada y sin descanso desde el mismo momento en el que las había pronunciado.

¿Como no me había dado cuenta de lo que estaba ocurriendo? Mis ojos se clavaron sobre los suyos. Ella se apartó levemente y me miró, parecía asustada. ¿De verdad pensaba que me iba a ir corriendo después de lo que me había dicho? No podía.

Se me acababa de caer el velo, ese que me hacía creer que Audrey era una criatura feliz y libre que vivía en el prado y que disfrutaba mirando a las abejas, dibujando flores y revolcándose por la tierra húmeda.

Era mentira.

Audrey llevaba sin ser dueña de su vida desde los catorce. O quizás incluso desde antes. Y pensaba que iba a abandonarla.

Avancé hacia ella y sin pensarlo dos veces la estreché con fuerzas contra mi cuerpo. No quería hacerle daño pero necesitaba sentirla cerca. Sus pequeños brazos me envolvieron la espalda y apoyó su cabeza contra mi hombro.

Sentía su dolor en los huesos. Ahora entendía todas sus idas y venidas. Enterré mi nariz en su pelo y me adueñé de su aroma hasta que en mis pulmones no cupo más aire.

—Audrey.—murmuré. Quería decirle que lo sentía en el fondo de mi alma porque era así, pero sabía que mi compasión no le serviría de nada.

—¿Quieres hablar de ello?—le pregunté. Algo me decía que era el primero que sabía esto a demás de todos aquellos hombres que habían pasado por sus sábanas. Ella se encogió de hombros y tiró de mi hasta que nos sentamos debajo de la copa del laurel.

¿Como podría alguien utilizar al dulce ser que tenía a mi lado de una forma tan inhumana? Imaginé a una Audrey de catorce años asustada y desnudándose ante un hombre, uno mucho mayor que ella y se me vino el mundo encima.

La miré. Su cuerpo temblaba levemente y no estaba muy seguro de si era por la emoción o por el frío, pero me quité el jersey hasta quedarme únicamente con la camiseta interior y se lo ofrecí dubitativo. Estaba sucio pero aún así ella lo aceptó y se lo colocó como si fuese lo mejor del mundo.

—A los catorce años mi madre y yo tuvimos una conversación un tanto desagradable. Me dijo que necesitaban dinero y que Richard, el hombre que siempre me sonreía de medio lado cuando le llevaba una cerveza vendría a pasar un rato conmigo.—Se acarició la palma de la mano de forma ensimismada y con la mirada perdida.

—Richard, el hombre que nos encontramos en el bosque de Green Oak. ¿Lo recuerdas?—me preguntó y yo cerré momentáneamente los ojos. Claro que lo recordaba. Recordaba cómo miró a Audrey y las palabras que me dijo al irse. "Disfrútalo". Pensaba que había pagado por las atenciones de Audrey. Que asco.

—Pues él.—prosiguió.—Recuerdo que siempre que iba al club me miraba de una forma que yo no podía llegar a entender. De todas formas, era simpático conmigo y me caía bien. Mi madre siempre me mandaba a llenarle la copa de vino porque él se lo pedía. Recuerdo como me llamaba "Rojita" a todas horas, supongo que por el pelo.—se encogió de hombros.

—Dios mío, Audrey.—le tomé la mano y entrelacé nuestros dedos con fuerza, ella me sonrió de forma tensa, agradeciéndomelo.

—Mi madre me dijo que no debía negarme a nada que Richard me pidiese y yo en mi inocencia pensé que iba a hacer una tarea importante.—negó con una risotada exenta de gracia.—Ni siquiera entendía cuál era la gravedad del asunto. Si te soy sincera, yo seguía pensando que a los niños los traía las cigüeñas por aquellos entonces.—dijo en tono bromista. Me miró esperando a que me riese pero no podía, había perdido la capacidad de emitir ruido y dudaba recuperarla.—Vivía en mi propio mundo.—me aseguró con nostalgia.

Audrey petricorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora