24 | Los primeros clientes de Audrey Sinclair.

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Si pensaba que el fin de semana que había pasado con Valkiria en aquel hotel habían sido los peores días de mi vida estaba equivocado, fue la semana que vino después. El lunes pasé por completo de ir a clases. Me quedé en la cama, escondido bajo las sábanas como una comadreja. Cuando papá subió a preguntarme porqué no iba a ir a clases le pedí que se largase y él no me volvió a molestar. El martes, el miércoles y el jueves fueron más de lo mismo. Yo, en mi habitación, con las luces apagadas, sin hacer otra cosa que pensar, pensar y más pensar. Papá y mamá empezaban a preocuparse. Mamá subía a intentar hablar conmigo a menudo pero al ver mi poca disposición para entablar conversación se iba pasado unos minutos. Kate se asomaba de vez en cuando a la habitación y se quedaba mirándome, como si no tuviese futuro o estuviese a punto de palmarla. Y lo cierto es que yo no la ayudaba a pensar lo contrario, ni siquiera la miré o le dediqué una palabra. El miércoles por la mañana se adentró en mi habitación y yo me hice el dormido, minutos después me dejó su peluche favorito sobre la cama, como si eso pudiese aliviar mi dolor y acto seguido se fue. Fue en ese momento cuando rompí a llorar. Ni siquiera aparté el dichoso conejito de mi lado. Ese mismo día escuché a papá hablar con Cayden por teléfono.

—Está fatal y ni siquiera sabemos que ha pasado.—escuché que le comentaba.—Creemos que ha peleado con Valkiria.

Cayden me había llamado un par de veces durante la semana y me había escrito un par de mensajes pero le había ignorado totalmente. Había ignorado a todos. Incluso a mis amigos que a estas alturas debían saber que había pasado entre Valkiria y yo. Lo que no sabían es que había perdido a dos de las personas que más me importaban en el mundo entero.

—¿Necesita tiempo?—preguntó papá, como si estuviese repitiendo las palabras que Cayden le había dicho a través de la línea.—Está bien, pero a ver si me haces el favor de dejarte caer por aquí cuando tengas un rato libre, a ver si consigues hablar con él. O Hester, ella también podría ser de gran ayuda.—escuché decir a papá desde su habitación. Me enrollé más en mis sábanas y suspiré. Llevaba días sin comer una comida decente. Normalmente esperaba a que fuese de noche y que todos se hubiesen acostado para bajar y arrasar con todas las bolsas de patatas fritas y refrescos que había en la cocina. Mamá parecía haberse dado cuenta y preocupaba dejarme más bolsas de patatas en la alacena.

Lo más tormentoso era como Audrey se paseaba por mi cabeza, con su pelo rojo alborotado, su vestido blanco lleno de pintura y una de sus sonrisas de oreja a oreja. Me sonreía mientras estaba despierto, para que me diese cuenta de lo que había perdido y me repetía una y otra vez en sueños las palabras que me había dicho aquel domingo por la noche en el prado para que viese lo que jamas tendría.

A pesar de todo, la culpabilidad se volvió mi mejor amiga durante aquellos días: Había besado a Audrey y ni siquiera sabía que era de mi relación con Valkiria. Y por muy culpable que me sintiese no podía arrepentirme de haber besado a la chica petricor, eso era lo que acababa conmigo por completo.

El jueves, por fin alguien entró en mi habitación. Ni siquiera sabía si era de día o de noche. Mike entró en mi habitación y me despertó abriendo de forma bruscas las persianas. Me cubrí la cara con el brazo y maldije a mis padres por haberlo dejado pasar. Me quedé mirándole.

—¿Que haces aquí?—le pregunté molesto. Él miró con desagrado alguna de las botellas de Coca-Cola vacías que tenía sobre el escritorio y las tiró a la palera que tenía al lado.

—¿Que crees que hago aquí? ¡Pues no dejar que te conviertas en un vampiro, hombre. Que que hago aquí, dice.—puso los ojos en blanco y cerró la puerta de mi habitación. Su forma de actuar me molestó muchísimo y me di la vuelta en la cama, dándole la espalda y volviendo a taparme la cabeza con las sábanas.

Audrey petricorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora