Capítulo 2

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—Me va a disculpar —susurré llevando mis manos a su fornido pecho para intentar alejarlo de mi cuerpo —pero creo que andamos confundidos los dos

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—Me va a disculpar —susurré llevando mis manos a su fornido pecho para intentar alejarlo de mi cuerpo —pero creo que andamos confundidos los dos.

Sintiendo los nervios aflorar, solté una ricita nerviosa que hizo que sus ojos brillaran.

—Yo porque me he confundido de camino —mentí descaradamente —y ustedes por proclamarme suya.

Sus azulados ojos escanearon mis rostro y se detuvieron en los míos, los cuales le daban una mirada verdosa algo nerviosa.

—Lo menos que estoy es confundido —aseguró mientras apretaba sus manos alrededor de mi pequeña cintura.

Sintiéndome un poco más nerviosa al notar la determinación en sus ojos intenté alejarme nuevamente, pero su gruñido me dejó totalmente paralizada.

—Suélteme, me está poniendo nerviosa —susurré.

Y aunque su cercanía me produjera un calor incesante y activara todas mis terminaciones nerviosas, el estar en ese extraño lugar con un hombre extraño profesándome suya, hacía que eso quedara en segundo plano permitiendo el pánico azotar con fuerza.

Sintiéndome un poco desesperada ante su renuencia a soltarme y más aún por la forma en la que se inclinó para olfatear mi cuello descubierto gracias a la coleta que envolvía todo mi cabello negro, comencé a empujarlo para que me soltara.

Al separarse de mi cuello sonrió presuntuosamente mostrando todos sus dientes y de paso esos colmillos que eran un poco más largos de lo normal haciendo ver su sonrisa jodidamente endemoniada.

Sin rechistar liberó mi cuerpo de su agarre y suspiré aliviada antes de dar media vuelta para intentar salir de entre la prisión que habían creado los tres hombres alrededor de mí, pero fue totalmente imposible, pues uno de ellos rodeó mi vientre con su brazo para llevarme hacia él haciendo pegar mi espalda de su duro torso dejándome sentir la erección que poseía.

Yo pasé saliva nerviosa, angustiada, pero sobre todo caliente, ardiendo en un deseo que simplemente no podía comprender y el solo hecho de no entender las reacciones de mi cuerpo añadió un nuevo sentimiento al torbellino que me envolvía; la frustración.

—No irás a ningún lado, pequeña —susurró en mi oído y por Dios que su voz tan ronca y sutil hizo que mi centro palpitara ansioso.

¿Qué demonios me estaba sucediendo?

—Vale, me están asustando —admití con voz temblorosa —lamento haber irrumpido en el bosque, perdón por cruzar la línea roja.

El hombre de ojos azules y cabello negro como el carbón ladeó su cabeza para observarme con el ceño fruncido.

—Pero deben dejarme ir, tengo que regresar a casa —y sin poder evitarlo mis ojos se llenaron de lágrimas, porque yo era una llorona nata.

De esas que no podía discutir, porque lloraba, de las que lloraba si le gritabas, de la que se volvía un manojo de nervios cuando la mirabas mal y si, lloraba.

Yo era de esas personas a las que solo tenías que mirarla de forma severa para que llorara.

Y aunque en muchas ocasiones odiaba ser así, en estos momentos lo agradecí, pues al ver la forma en la que la mirada de aquel hombre me observó, supe que había tocado alguna tecla sensible en su ser, por lo que cerré mis ojos dejando descender aquellas dos gotitas saladas que se habían acumulado en mis ojos.

—Recuerda que es humana —susurró el que se encontraba junto a nosotros.

Mi mano rodeó el brazo del hombre que aun me sostenía y miré hacia abajo para ver la cantidad de tinta negra que bañaba su piel canela.

—No puedes regresar ahora, está lo suficientemente tarde como para recorrer el camino de regreso —yo suspiré algo aliviada al haber tocado al menos algo de raciocinio entre el montón de cosas extrañas que salían de sus carnosos y apetecibles labios sonrosados.

—Si, sé que está tarde, pero...

—Mañana puedes irte —aseguró —pero hoy tendrás que quedarte.

Yo apreté mis ojos incordiada.

—¿Puede soltarme? —cuestioné el hombre que permanecía presionando la avasallante erección contra mi espalda baja y parte de mi trasero.

Cosa que seguía enviando palpitaciones a mi centro volviéndome loca.

—Claro que sí, pequeña, pero no corras —susurró de nuevo contra mi oído haciéndome temblar una vez mas entre sus brazos.

En cuanto sus manos se separaron de mi cuerpo me moví hacia un lado para poder analizarlos a los tres.

El hombre de cabello oscuro y ojos azules que me había sostenido en primera instancia poseía una piel blanca impoluta la cual también se encontraba repleta de tatuajes.

Mientras que el de piel trigueña poseía unos ojos color ámbar malditamente hipnóticos y su cabello era igual de negro que el del anterior, solo que poseía ondulaciones preciosas.

Y el otro que gracias a Dios no había dicho nada extraño, poseía una piel bronceada con tatuajes similares a los otros dos hombres, con la misma complexión, pero con cabello rubio muy claro y ojos grises.

¿Cómo podía apreciar sus ojos tan claramente en aquel leve manto de oscuridad que nos envolvía, ya que las farolas no iluminaban tanto?

Pues porque sus ojos extrañamente brillaban resaltando en medio de la oscuridad.

—Yo creo que de verdad es mejor que regrese a mi casa —dije con voz nerviosa ante sus hambrientas miradas y la forma en la que apretaban sus puños intentando mantener la calma.

—Te quedarás hoy y la verdad no hay otra opción —profesó el rubio dejándome como única opción esperar el amanecer en aquel lugar al que nunca debí haber ido. 

 

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