Capítulo 7

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Mi cuerpo se encontraba relajado mientras las gotas de agua de la ducha lo bañaban, había pasado muy poco tiempo desde que mi cuerpo experimentó por primera vez aquella sensación

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Mi cuerpo se encontraba relajado mientras las gotas de agua de la ducha lo bañaban, había pasado muy poco tiempo desde que mi cuerpo experimentó por primera vez aquella sensación.

Después de eso aquel hombre había salido de la habitación sin ánimos de romper su promesa, pues fue un sacrificio lo que tuvo que hacer al irse con una erección descomunal que solo buscaba enterrarse en mí.

Al salir de la ducha sequé mi cabello con la toalla para luego secar mi cuerpo y envolverla alrededor de mi desnudez para poder salir hacia la habitación.

Dentro se encontraba una señora no muy mayor, de ojos castaños al igual que su cabello canoso y de sonrisa amable, la cual me dio al verme salir del baño.

Ella se acercó a la cama para dejar la ropa y me pidió que me acercara.

—Tu familia no sabe aún que estás desaparecida —susurró muy bajito, tanto que creí no haberla escuchado.

—¿No? —cuestione de la misma forma.

—Después de la línea roja el tiempo pasa diferente —mi ceño se frunció ante su declaración —horas aquí, probablemente sean minutos del otro lado.

Y una vez finalizó su confesión se separó de mi para con pasos algo rápidos dirigirse hacia la puerta dejándome levemente aliviada con aquellas palabras.

Me estaba tomando la situación muy calmada.

Pensé para mi misma.

Pero para alguien que había estado toda su vida cohibida, esto era un respiro, era libertad.

Y considerando que tres gloriosos hombres me declaraban suya ¿cómo no comenzar a sentirme conforme con la situación?

Toda mi vida estuve encerrada en aquel pueblo en donde las personas que rozaban mi edad ya se habían marchado a la universidad mientras que yo permanecía atada a mis abuelos solo porque ellos no confiaban en que pudiese sobrevivir.

Pero, me había perdido en el mismo pueblo después de todo.

Con la cabeza vuelta un torbellino me vestí con el vestido azul cielo y las bragas negras. No portaba sostén, por lo que mis pezones se marcaban por la delgada tela del vestido. En el suelo me encontré con unas bailarinas negras y me las coloqué dejando mis pies totalmente cubiertos.

Al final quedé completamente aseada, había lavado mi cabello, mi cuerpo, cepillado mis dientes y vestido.

Ni siquiera cuando iba a la iglesia me bañaba tanto.

Mientras amarraba mi cabello en un moño me acerqué a la puerta que milagrosamente no se encontraba con seguro y salí al pasillo para dirigirme hacia las escaleras las cuales bajé de dos en dos hasta estar en la sala.

Al entrar los tres pares de ojos se enfocaron en mí y nuevamente eché a perder las bragas que llevaba puestas, pues estas volvieron a humedecerse con los fluidos que salieron de mi canal al tenerlos a los tres en una misma habitación.

¿Cómo carajos podía calentarme solo con sentirlos cerca?

—Siéntate —pidió el ojiazul y yo le hice caso.

Sin rechistar fui hasta el sofá doble frente a ellos y me senté.

—¿Cuál es tu nombre? —cuestionó haciéndome respirar entrecortadamente ante su mirada.

—Jade —susurré avergonzándome un poco al recordar que le había abierto las piernas a uno de ellos sin siquiera saber sus nombres.

—Jade —susurró acariciando mi nombre —bonito nombre —alagó —yo soy Daven —se presentó con una sonrisa.

—Soy Cowen —susurró el rubio repasando mi cuerpo lentamente.

—Y yo Derek —se presentó el moreno con una sonrisa —pero puedes llamarme el amor de tu vida, no tengo problema alguno.

Mis mejillas se sonrojaron ante la mirada de los tres y sin poder evitarlo sonreí abiertamente.

—Ya te explicamos lo que significas para nosotros, pero entendemos que no sabes lo que significamos para ti del todo, pues las costumbres con las que te criaste son diferentes a las nuestras, por ello pensamos en llevarte con alguien que puede hacerte entender lo que estas sintiendo.

—¿Quién? —cuestioné.

—Una hechicera —una de mis cejas se enarcó.

—No se si lo han pensado, pero yo tengo una vida del otro lado de la línea roja —el ceño de Daven se frunció considerablemente ante mis palabras —y en algún momento tendré que regresar —susurré.

Los tres cerraron sus ojos y vi en primera plana como abrieron y cerraron sus manos intentando calmar cualquier impulso que desatara mis palabras.

—No puedes irte, Jade, ni, aunque queramos dejarte ir, no podemos —aseguró Cowen abriendo sus preciosos ojos grises.

—Tienes que entenderlo desde ahora, porque después será peor —yo restregué mi rostro algo incordiada.

—Eres nuestra, Jade, desde el instante en que cruzaste esa línea roja y caminaste directo a nosotros, eres nuestra por y para siempre y eso no va a cambiar por más renuente que estés a aceptarlo. 

 

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