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El mundo nos rompe a todos, mas después, algunos se vuelven fuertes en los lugares rotos.

-Ernest Hemingway.

ASHLEY

-¿Te parece bien, Ashley?- preguntó Sienna, mirándome con ternura mientras dejaba escapar una media sonrisa. 

-No sé si podré hacerlo.- afirmé. 

-Estoy segura de que sí. Es el ejercicio tal vez más duro que hemos hecho, pero has progresado mucho. Y sabes que siempre puedes llamarme si va mal. Pero irá bien. Te ayudará. 

-Está bien. Lo intentaré.- sentencié, levantándome de la silla de cuero donde ya se me habían quedado pegados los muslos. 

-Esa es mi chica. Nos vemos el viernes, y me cuentas qué tal. 

Me volvió a sonreír amablemente, levantándose ella también y acompañándome a la puerta. 

-Sí. Hasta el viernes.

-Cuídate, cielo. 

La sonreí yo también, y cerré la puerta con cuidado. Salí de la sala y saludé a la gente sentada en la sala de espera. Aún no sabía sus nombres, pero me había acostumbrado a verles siempre que venía y alguna vez había entablado conversación con alguna chica sobre trivialidades. 

Suspiré, mientras salía del edificio. Llevaba yendo a sesiones con Sienna, mi psicóloga, desde que me mudé a Nueva York, y se notaba lo profesional que era.

No como mi psicóloga de Canadá. 

Sienna además, me daba consejos muy útiles que me ayudaban mucho en la carrera. Estaba a punto de acabarse el año, y cada día que pasaba tenía más claro que me quería dedicar a eso. Quería ayudar a la gente. 

Solté un gruñido al tocarme la frente y ver que ya estaba sudando, nada más plantar un pie en la acera. El calor se había instalado en Nueva York como una plaga, y si salías en horas centrales del día lo más posible es que te diera una insolación. 

El verano estaba a punto de darnos la bienvenida y no podía odiarlo más. Había ocupado el último puesto en la lista de mis estaciones favoritas. Deseaba dormirme y despertar cuando volviéramos a estar en septiembre, en otoño. 

Me coloqué el par de auriculares mientras empezaba a caminar. Ya me sabía el recorrido de vuelta a la residencia de memoria, de tanto hacerlo. 

Llevaba diez meses en la Gran Manzana y me había enamorado de ella. Sus calles, sus edificios, su ambiente. Era exactamente igual que en las películas. 

En nada de tiempo ya estaba cogiendo el metro. Recuerdo que, las primeras semanas me agobiaba tanta gente y tantas líneas, pero luego te acabas acostumbrando. 

Corrí un poco y llegué jadeando a mi vagón, después de pasar con la Metro Card. Me apretujé entre la gente como hacía cada día. Procuraba no tocar mucho porque eso estaría llenísimo de gérmenes. 

Cuatro paradas más tarde, llegué a mi destino. Me bajé en la 8 Street Station como siempre, ya que era la más cercana a la universidad, que se encontraba bastante centrada, en el bajo Manhattan. 

Mi plan de ahorrar para comprarme un coche y así moverme mejor, cada vez se hacía más atractivo, aunque con la tontería hacía muchísimos pasos en el día. 

Llegué a la residencia pasadas las ocho de la tarde, bastante agotada del día. Al final, compartía habitación con una chica. Se llamaba Skye y habíamos congeniado bastante bien. Aunque apenas le había contado nada sobre mí, nos llevábamos bien, y había sido la encargada de enseñarme la mayoría de la ciudad. También había ido un par de veces con el tío Joseph a petición de mamá, pero nos conocíamos tan poco que los silencios eran demasiado incómodos. 

INDELEBLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora