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ASHLEY

Di un último abrazo a Skye. En este último año, las despedidas habían estado presentes a todas horas, y me empezaba a hartar de ellas. Así como de los aviones. 

-Te voy a echar de menos, tía. 

-Y yo a ti. 

También le di un abrazo a Beatrice, la mejor amiga de Skye y la hermana de Owen. Siempre me cayó muy bien y también había querido despedirme en el aeropuerto. 

Finalmente, abracé a Owen. Su camiseta granate emanaba su olor, un olor que ya me resultaba inconfundible. Le di un corto beso en los labios y él me lo devolvió con otro. 

-Cuídate mucho, no pierdas los nervios con tu madre, y llámame mucho.

-Lo haré. 

-Venga, que vas a perder el vuelo.- me recordó Skye. 

Les despedí con la mano y facturé las maletas. Esperé un rato hasta que llamaron por megafonía a mi avión. Embarqué con una rara sensación en la boca del estómago. 


El ruido de la azafata anunciando que íbamos a aterrizar, me despertó de la siesta que me estaba echando. Las cinco horas de viaje se habían hecho eternas. 

Aterrizamos, y cogí todo mi equipaje de la cinta de embarque. El Aeropuerto Internacional de Los Ángeles estaba ajetreado fuese la hora que fuese. Se notaba el ambiente dónde me encontraba.

 Me había gustado tanto Nueva York que apenas había extrañado la playa. Puse una mueca al pensar que tendría que volver a sufrir el calor sofocante, la arena metida en todos lados, e ir todo el día en biquini. Realmente no me apetecía volver a California. 

  Ahora me tenía que dedicar a buscar con la mirada a mi señora madre. Fruncí el ceño. ¿Dónde se había metido esta mujer? 

Oí que alguien gritaba a los cuatro vientos mi nombre, y me bastó acercarme un poco para verla. Estaba agitando el brazo derecho en el aire, y seguía gritando mi nombre. Me puse roja de vergüenza. Me fui acercando a ella a ver si paraba de gritar. 

Había cambiado desde el verano pasado. Estaba mucho más morena, y se había cortado el pelo de manera que le llegaba por los hombros. Hasta había adelgazado un poco, igual que yo. 

Como era de esperar, se le saltaron las lágrimas al verme. Me miró como si fuera una persona totalmente diferente. Yo no sabía cómo actuar.

-Ven aquí hija, hombre.

Respiré hondo y terminé accediendo, haciendo caso a los consejos de Sienna. Estar enfadada con mamá no me iba a beneficiar, aunque obviamente, seguía molesta. 

Nos abrazamos durante un minuto, y luego me agarró de los hombros y me miró fijamente, sonriente, antes de volver a estrecharme entre sus brazos. 

-¿Quién eres y qué has hecho con mi hija?- se rio, secándose las lágrimas.- Estás...cambiada, cariño. 

Puede que estuviera un poco cambiada, sí. No quería que nada más me relacionara a la Ashley del pasado. Había crecido un poco, me había cortado más el pelo, me lo había puesto más oscuro, y había adelgazado. 

-Tú también. Pero soy yo, mamá. No llores.

-Ya lo sé. Es solo...que te he echado mucho de menos. ¡Y tienes acento de neoyorkina! 

-Y yo a ti.- admití, dejando el enfado y mi orgullo a un lado por una vez.

Realmente la había extrañado. 

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