Loco.

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   Es jueves por la mañana y tengo un gran dolor de cabeza, ya casi llega el gran día, el sábado pero aquí estoy yo el 4to dia de la semana con unas arcadas de muerte, nunca entendí porque no comer da más asco que llenarse, debe ser cosa del Diablo. Miro al rededor y allí está el cuadro de Erne. Sus colores oscuros me miran desde el otro lado de la habitación, no son los ojos de Erne los que me observan, es solo la oscuridad que use para representar su sufrimiento la que me mira y me atraviesa el alma, creo q esa oscuridad se siente identificada conmigo ¡Soy el amor de su vida! Pinte a Erne sobre un campo negro y gris, con árboles quemados y un viejo molino igual a los que imagiono cuando leo "Don Quijote de la Mancha" en el medio está Erne sonriendole al mundo, esa sonrisa que la muerte no vio cuando el decidió abrazarla por la espalda yo la plasme en el cuadro tan bien como pude.
  — Quiero morir sonriendo —digo en voz alta y el eco resuena en todas mis posiciones como si mi voz quisiera abrazar mi miseria.

  Tocan la puerta y me levanto a ver quién coño viene a joder a las 10 de la mañana, deberían dejar dormir más a los jóvenes. <<pero ya tu no eres tan joven>> pienso, que deprimido estoy hoy. Cuando abro la puerta ahí estaba Katia, el gay del edificio con sus pulseras de colores su lycra apretada color azul y su blusa de "Team Girl" blanca. Le sonrió y lo invito a pasar, siempre me alegro de verlo, es una gran persona, aunque su padre conservador no lo considerara así en 1973 cuando con 17 años lo botó de la casa y le dijo que si volvía por allí lo mataría.
"Todos los maricones merecen morir" le gritó cuando Carlos que es su nombre de nacimiento se alejaba por la calle abnegado en lágrimas, veces los padres cometen errores. Según me contó su padre murió 3 años después dicen que de tristeza como la niña de Guatemala, nadie lo sabe exactamente.

— No no mi vida — me dice con voz sonante.
Con la única persona que Katia usa su voz de hombre es conmigo, somos buenos amigos.

—Vengo a decirte que un señor me compró la pintura que me diste para que colgara en el café donde trabajo y aquí t traje el dinero.

  — Joder Carlos como yo t quiero maricon.
   Ay del que le diga maricon o Clarlos, este tipo tiene más espuelas que una mulata de solar, pero somos grandes amigos.
  — Con lo bien que me viene esto ahora mismo pero dime ¿cuánto t pagó?

— 2000 pesos, descara —le gusta tratarme como a un gay más— tomalos.

Me extiende la mano y veo los 2 billetes de a mil nuevecitos en sus manos. Los cojo y me empiezo a reír.

  — Oye Calros —no paro de reír— ya tienes que ponerte uñas nuevas.

  — No jodas tú —me sonríe— si las uñas están carísimas.

  — Pero men coge 200 pesos del cuadro pa ponertelas —le digo (con ganas dr que diga que no)

  — Sabes que no lo haré, somos amigos y t hice un favor, así que me debes un favor. No quiero tu dinero, descara.
Pone en especial acento de mujer en la última palabra como si fuera la mayor verdad del mundo

  — Ahora dime un cigarro que me voy.

Me apresuro en cogerle un cigarro. Los que tengo hoy son de los buenos, con filtro. Se lo llevo, se lo pone en la boca y me dice

  —Ahora enciendelo.
  — Ya voy mi señora —
  Nunca he entendido como alguien puede discriminar a un homosexual ¡Son las personas más divertidas del mundo!

Tomo la fosforera, es una Bic roja que lleva conmigo desde que estaba en la escuela de arte, me la regaló Erne. Cuando voy a encenderle su cigarro y de paso intentar quenarle las pestañas postizas algo falla, tras varios intentos veo que no sirve

Arte y Pobres Donde viven las historias. Descúbrelo ahora